Confesiones de Stravinski por Roger Salas

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Las legendarias conversaciones entre el compositor ruso y Robert Craft aparecen editadas por primera vez en castellano y en un solo volumen

ROGER SALAS Madrid 28 OCT 2013 – 00:09 CET

Cultura El Pais

Durante 21 años el escritor y director de orquesta Robert Craft estuvo como una lapa pegado al lado del compositor y pianista Ígor Stravinski: en su casa de Hollywood, en un apartamento cercano o en la habitación contigua de un hotel neoyorquino. Allí, siempre, preguntó y cogió dictado. Así nació Memorias y comentarios. Ígor Stravinski y Robert Craft,una obra que originalmente se publicó, desde 1958, en Estados Unidos y Reino Unido en varios tomos. Ahora Acantilado edita, en un solo volumen y por primera vez en España, todas esas confesiones que recorren los tres grandes periodos del compositor: Rusia, Europa y Estados Unidos.

El autor, en el prólogo a esta edición, defiende que estas conversaciones informales con Stravinski son los únicos textos publicados realmente suyos, al contrario de obras de encargo como laPoética musical (también en castellano editada por Acantilado) yCrónicas de mi vida, “en el sentido de ser fieles a la esencia de sus pensamientos”. La edición española cuenta con traducción de Carme Font Paz y con unos extensos pliegos de ilustraciones procedentes de la colección privada de la familia Stravinski.
Craft (Kingston, Nueva York, 1923) fue amigo durante lustros de Stravinski (Oranienbaum, Rusia, 1882-Nueva York, 1971). De aquellas charlas larguísimas primero se publicaron seis libros en Estados Unidos entre 1958 y 1969, y a la vez, cinco en Reino Unido ente 1958 y 1972: estos últimos son la base del presente compendio. Es verdad que el fraseo del compositor es único, una vez Craft lo regla a una lengua inglesa potable. Su agudeza, el velocísimo vector de su criterio (“Escuchar supone un esfuerzo, pero limitarse a oír no tiene mérito. Un pato también oye”), ya sitúa este volumen en una posición privilegiada de lectura, dando la sensación de que cada vez se lo conoce más en su aspereza, en ese tono ríspido y cortante, pero a la vez sin pelos en la lengua siempre afilada: “Fokin, junto a Glazunov, era uno de los dos hombres más desagradables que jamás haya conocido”. De sus mandobles no se libraron ni Richard Strauss (Artur Rubinstein se negó a repetir el juicio de Stravinski) ni otros contemporáneos como Diaguilev y su tocayo el director Markevich (“Diaghilev también era vanidoso de un modo autodestructivo. Recuerdo que, la penúltima vez que le vi, abrió su gabardina y me mostró muy orgullosamente los kilos que había adelgazado por el bien de Ígor Markevich, su último protégé, un arribista modesto y cruelmente implacable, que sentía tanto afecto por Diaghilev como Herodes por sus hijos”.
Probablemente, la conclusión primera y más general de este libro y, por extensión, del resto de la literatura stravinskiana, es que al compositor le gustaba mucho hablar, explicarse, exprimir el concepto, ceder pasional y cerebralmente al análisis y al meandro teórico o especulativo; también le gustaba recordar, pero usando el hito memorial y la vivencia como una biela para volver sobre sí mismo y su razón de ser: la música, sobre todo, la propia.
Amoríos con Diaghilev y Ravel
El último libro de la muy prolija y exitosa (editorialmente hablando) bibliografía de Robert Craft es el título Stravinsky: discoveries and memories, un volumen de más de 400 páginas editado este año por NAXOS Books, y que incluye un CD con La consagración de la primaveradirigida por el propio Craft. Todo está bien cuando atraviesa los cambios estéticos y la influencia de Schöenberg y Weber hasta llegar a un capítulo titulado Amorous augmentationsdonde expone y explora la posible (y ya antes sugerida) homosexualidad del compositor ruso, dando por ciertos detalles de la intimidad con el propio Diaghilev, con Maurice Ravel (con el que habría tenido una relación esporádica) y con Maurice Delage (que llegó a convivir con la familia Stravinski y al que, dice Craft, el compositor mandó una foto —que nadie ha visto— desnudo y empalmado). Una nube de refutaciones autorizadas ha sido la respuesta a estos planteamientos donde hay lugar para analizar el supuesto “voraz apetito sexual” del músico ruso. Zachary Woolfe en un artículo delThe New York Times del pasado 17 de julio preguntó a varias personas por esto, como la coreóloga Millicent Hodson, que ha reconstruidoLa consagración… y considera una locura estas hipótesis para concluir: “¿Cuál es el propósito de un historiador? La búsqueda de la verdad”.
Aquí está relatado el fugaz y dramático encuentro frente al telón del antiguo Metropolitan Opera House de Nueva York en 1926, con el pintor Serguéi Sudeikin (primer marido de Vera, aún su amante y luego su esposa), a la sazón responsable del diseño de vestuario de Petroushka y que también salía a saludar al público: “Stravinski dio media vuelta y se marchó”.
Entre otros dardos a Shostakovich, resulta que en un nuevo viaje a Estados Unidos en 1935 lo llevaron a ver la ópera Lady Macbeth en el distrito de Mtsenk, dirigida por Artur Rodzinski y la Orquesta de Cleveland: “abominable” fue el calificativo. Ese viaje fue importante porque se daría la representación de tres de sus ballets coreografiados por Balanchine, con la orquesta en el foso del Metropolitan dirigida por el propio Stravinski: Apolo, El beso del hada y el estreno mundial de Juego de cartas.
No hay que destripar aquí cómo luego el propio Stravinski en los diálogos revive escenas, parlamentos y circunstancias, muchas de ellas hilarantes, como la negativa de Rachmaninov a ducharse o su propia negativa a opinar sobre el rock.
Entonces se llega a un aparte serio y muy ilustrativo: Perspectivas de un octogenario. A la pregunta de Craft: “¿Diría usted que el siglo XX, por ahora, ha constituido un periodo de grandes logros musicales?”, Stravinski responde: “Creo que los vuelos más altos de esta época, La consagración de la primavera, Pierrot Lunaire, Gurrelieder, pueden equipararse a los grandes logros del pasado, a pesar de que no exista caudal musical de ningún compositor de la época moderna que pueda compararse con el rico caudal de Bach, Mozart y Beethoven”.
Con la cercanía del fin, Craft se atrevió a tocar el temor a la muerte y la vejez: “Ahora la abordamos de un modo cosmético para que al menos tenga mejor aspecto (…). No hay nada de triunfal en tener 84 años, no hay euforia. Me he vuelto olvidadizo, repetitivo y duro de oído hasta el punto de que trato de evitar cualquier conversación excepto las que se desarrollan en ruso. Leo más que nunca, y cuando hablo, hablo demasiado”. Para terminar, un nada sutil varapalo a Chaikovski en la última página, cuando habla del Cuarteto en fa mayor, de Beethoven: “Ahora si el efecto de tintineo del pizzicati en la última página nos parece demasiado amanerado es en realidad culpa de Chaikovski, quien abusó de él”.



El trazo erótico de Aubrey Beardsley. Por Aglaia Berlutti

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 Oscar Wilde describió a Aubrey Beardsley como “una cara como una hacha de plata y un pelo de color verde hierba”. Una imagen  extravagante que sin embargo parece definir mejor que ninguna otra cosa el talento transgresor, inusual y poderoso del genial  ilustrador.  Porque de Beardsley se sabe poco: en una ocasión leí a un crítico de su época calificarlo como «un curioso misterio». Quizás lo era: Todos los datos sobre él parecen ser tan ambiguos como su personalidad. Escondidos en medio de las largas lineas de tinta y las exquisitos espacios de luz y de sombra de sus dibujos. Probablemente por ese motivo le sobrevive su obra, le precede su talento. 

Una obra que marcó un hito en la visión del arte por el arte, del erotismo que subyace en toda obra artística – y lo colorea con los trazos de la imaginación – y más allá, esa interpretación de la transgresión como mensaje sutil e incluso confuso. Un monstruo de su propia imaginación, espléndido y retorcido que brindo un mundo a los que es quizás una de las más singulares visiones artísticas del siglo XIX.
El artista mismo, parecía muy consciente de su extraña cualidad creativa, de la belleza en lo aparentemente feo. En una sorprendente declaración el círculo de artistas londinenses al que pertenecía, dijo lo que es probablemente la única frase que puede adjudicarsele, a la provocación pura que siempre procuro se expresara en sus dibujos: “Solo tengo un amigo… Lo grotesco; si no soy grotesco no soy nada”. 
Y es que Aubrey Bearsley pertenecía a una época de escándalo, de reforma artística. Pertenecía a esa generación de visionarios que estaba bastante decidido a destruir lo esencial del arte conservador: esa interpretación del mundo sencilla, directa y frágil. Genio precoz, muy pronto estuvo consciente del tiempo en que vivía y en el que se desenvolvería. Para Beardsley la expresión era una necesidad inquieta: aprendió a tocar piano antes de cumplir los quince años y que desde niño, dibujaba de manera autodictada pequeñas escenas inquietantes que serían quizás el origen de sus magnifico trabajo posterior. Pero que más que el arte, Beardsley parecía interesado por la vida, por la necesidad de describir a su manera – muy grotesca, retorcida y bella – la realidad de una Inglaterra severa que reaccionó a la provocación casi con inocencia. Dandy, un hombre refinado y casi mórbido,aprendió pronto que la rebeldía intelectual era una forma de talento. ¡Y como supo aprovechar ese hilo incandescente de pura genialidad! Bien pronto, Beadsley se convirtió en referencia de lo obsceno y lo inquietante en una sociedad que intentaba comprenderse a si misma sin lograrlo.
Sus ilustraciones llamaron la atención de inmediato, incluso en un ambiente tan hostil como la de una Inglaterra que aún veneraba lo tradicional como necesidad.  Contradecían todo lo que había sido considerado imprescindible en el dibujo hasta entonces. Porque Beardsley decidió que su lenguaje artístico prescindiría de toda idea que no pudiera expresarse con una simplicidad elegante que sorprendió a propios y extraños. Largos trazos continuos de tinta negro sobre fondo blanco, olvidando los tonos medios, enfrentándose a esa idea tan extendida de las breves sombras y las complacientes formas redondeadas, crearon un estilo único y sugerente. Era un modernista, un visionario que se concibió así mismo como parte de su obra, por lo que lo grotesco siempre parecía flotar al fondo mismo de la belleza. Ambigua, inquietante, con claras influencia japonesa, la obra de Beardsley gravita entre lo onírico y un elemento chirriante, casi cínico que se entremezcla con la delicadeza para crear un discurso desconcertante.
Su primera obra publicada «Le morte De’ Arthur» causó revuelo: no solo por la estética sino por el uso expresivo de las lineas. Hablamos de una época que se concebía así misma como artesanal, donde el arte exquisito era aquel que podía imitar, idealizar y construir una belleza casi ingrávida. Beardsley rechazó ese argumento estético y creo otro totalmente distinto: el de la limpia elegancia dentro de lineas y espacios perfectos, los arabescos y siempre la insinuación. La mirada perversa de los personajes, las formas redondeadas, siempre a punto de mostrarse. Esa idea de lo erótico que el dibujante concebía como exceso e incluso, como una sutil poesía. Porque para Beardsley la linea no definía el dibujo para mostrar el mensaje: la linea y el dibujo eran el mensaje y una manera de interpretar la realidad figurativa. 
Para Beardsley tropezar con Oscar wilde resultó inevitable. Quizás eran espíritus muy semejantes, en su necesidad de transgredir – provocar, sacudir, reconstruir – y el encuentro fue inevitable. En 1893, se publica en París la obra «Salomé» del escritor y causa impacto por su visión estética. Nadie parecía entender muy bien las intenciones de Wilde y no pocos críticos tomaron su extraña visión de la escena bíblica como herética, pero lo que si estaba claro era que la obra hablaba de temas que por entonces conmovían al publico europeo: el amor, el dolor, la perdida, la muerte. La tragedia en estado puro. Tal vez por ese motivo, Wilde decidió que el único que podía expresar esa decadencia de su obra, era el joven dibujante. Y juntos crearon una obra que trascendió a su tiempo y las limitaciones del tiempo que la vio nacer: Porque Wilde permitió a Beardsley liberarse de toda restricción y crear algo por completo nuevo. Beardsley se entregó por completo a la creación, obsesionado por la visión de Wilde del dolor, la belleza y el temor. Incluso, la obra pictórica que logró crear trascendió – desbordó – el texto de Wilde: las ilustraciones de Beardsley se transformaron en objeto de culto por si mismas. Y que es el dibujante, encontró el fino hilo entre la lujuria y el erotismo, lo inquietante y el dolor: hay una evidente sexualidad en su visión de la obra de Wilde que supera la ficción para crear otra. Con una noción muy clara del poder de lo perverso y lo morboso, logró construir una pieza artística que mezcló la literatura y el arte de una manera que hasta entonces había sido desconocida. Quizás, solo entonces Beardsley comprendió el verdadero poder de su talento, lo que podía significar esa destrucción de lo viejo en beneficio de lo nuevo y desconocido.
La obra causó revuelo: de pronto, el nombre de Aubrey Beardsley estaba en boca de todos. se habló de la «erotización de la linea», del dibujo al servicio de «los deseos más perversos». Al artista, rebelde y desconcertante, todo aquello debió encantarle. Hubo discusiones y largas reflexiones sobre «lo pecaminoso del arte» y otras tantas visiones seculares que no hicieron otra cosa que despertar aún más el asombro y la curiosidad del público. Beardsley aprovechó el escándalo y depuró su estilo en otros dos textos que se consideran clave en su obra: ela Lisístrata, de Aristófanes o la Historia de Venus y Tannhaüser, escrita por el mismo Beardsley, aunque sin lograr el éxito que obtuvo con «Salomé». 
Todo singularidad, Beardsley se mantuvo fiel a su estilo hasta su muerte prematura en el año 1898: se decía que solo podía dibujar rodeado de tapizados negros, en habitaciones completamente cerradas. Se murmura que solo se ilumina con velas, incluso a plena luz del día. Incluso que dibuja en la oscuridad absoluta, como poseído por alguna idea desconcertante.  Se habla de su locura, de su fealdad, con su extraño rostro delgado y huesudo. Pero Beardsley parecía superar su propio mito: continuó dibujando, cada vez con mayor belleza hasta su muerte por tuberculosis en Menton, ( la Costa Azul francesa ) con tan sólo 25 años. Un simbolo de ese «vive rápido, crea pronto» que fue tan popular entre «Los modernos» de los que fue hijo ilustre durante su vida.
Se dice que el cadáver Beardsley fue encontrado con papel y tinta en las manos. ¿Intento dibujar la muerte? Quizás A trazos limpios y directos. Muy consciente que el único poder del hombre para hacer retroceder la muerte es sin duda, la capacidad de crear. 
Aglaia Berlutti / @Aglaia_Berlutti

La búsqueda de la ilimitación en “La puerta en el muro” de H.G. Wells

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Por aldo astete cuadra

El presente artículo estudia la obra La puerta en el muro de Herbert George Wells, y su vinculación con las reflexiones filosóficas en torno al límite. Su intento es identificar las situaciones vividas por Lionel Wallace en que se manifiesten actitudes relacionadas al límite o interdicto y analizar las implicancias filosófico-literarias expuestas en el relato mediante los intentos por la deslimitación que en él se suscitan. Se destacan además, reflexiones realizadas por el filósofo Cristóbal Holzapfel en torno a lo limítrofe y al límite escurridizo que se da entre filosofía y la literatura, apoyándose en las perspectivas de otros pensadores contemporáneos como lo son Georges Bataille y Jean Baudrillard.
Nuestra vida está francamente delimitada. Debemos guardar una serie de convenciones sociales que nos limitan e impiden encontrar placer en lo que realmente deseamos. El límite se hace parte sustancial de nuestras vidas, pues somos, en su mayoría, seres limitados que buscamos alcanzar en algún momento el flujo del continnum, es decir, dejar de lado nuestra discontinuidad ontológica para ir más allá, trascender en el tiempo, alcanzar la iluminación o algo que parece más sencillo aún, la felicidad. Cristóbal Halzapfel lo reafirma: “Existimos en un mundo enteramente delimitado. […] Si decimos ‘límite’ aludimos con ello también a una discontinuidad, y entonces el asunto está en el grado de independencia que estipulamos de ésta con respecto al continnum que pertenece, llámese éste materia-energía, flujo, ser o devenir.”[1]
Los límites se van adquiriendo paulatinamente mediante la internalización de la realidad por socialización y en este sentido Berger y Luckmann[2], plantean dos etapas[3] en que el individuo adquiere una serie de significados que van moldeando su carácter y la capacidad de decisión y elección.
Las posibilidades de escapar de estas delimitaciones tienen en cierto modo relación con nuestra edad. Es así como a medida que vamos creciendo los límites nos comienzan a desagradar y es necesario en un acto de rebeldía ir borroneando sus contornos, descubriendo y reconociendo lo que está más allá de lo que se encuentra fijado por convención y reconocido como límite adecuado. Esta contención de las posibilidades deslimitadoras permite que se produzcan determinadas actitudes ante ellas que pasaremos a nombrar:
La primera que aprendemos es la actitud delimitadora, es decir, la que nos proveerá de seguridad y estabilidad. El ser humano parece necesitar de esta actitud para fijar límites estables le permitan uniformidad de criterios y acción, algo así como igualdad de condiciones, deberes y derechos. Posteriormente vendrá la deslimitación, la búsqueda de lo que está más allá y que necesitamos conocer.
Según Eugenio Trías “Somos entes esencialmente fronterizos y nuestro lugar, siendo cabe la frontera, nos hace estar siempre en la tentativa de traspasarla”
También se presentan actitudes que van en busca de objetivos que escapan de lo cotidiano y que, por lo tanto, son menos comunes de observar. A estas actitudes se les denomina actitudes de desmarcaje, de translimitación e Ilimitación y es precisamente esta última, la ilimitación la que tendrá mayor incidencia en la vida del protagonista de La puerta en el muro, Lionel Wallace, quien vivirá una situación de ilimitación que lo mantendrá hechizado por el resto de sus días y que, finalmente, le llevará a dar un paso definitivo en la búsqueda del flujo del continuum o infinito.
El flujo del continuum consiste en el “reconocimiento de la fragilidad, y por decirlo así, de lo insustancial que es a fin de cuentas cada ente, cada fenómeno, cada unidad, con su delimitación, su demarcación, y esto supone a la vez reconocer e insistir no sólo sobre su integración, sino incluso disolución en el todo, en la plenitud, en el flujo del continuum[4]”.
La Puerta en el Muro como Interdicto
En el cuento La puerta en el muro de H. G. Wells, podemos observar la preeminencia de una actitud delimitadora en las vicisitudes de Lionel Wallace a lo largo de su relato.
Mediante una situación fortuita este personaje se delimita producto de una situación límite experimentada en su primera infancia, situación que lo llevará insospechadamente y sin proponérselo cerca de la ilimitación, es decir, la antípoda del límite.
Lionel Wallace es un hombre que lleva una vida miserable en lo existencial, debido a la falta de decisión frente a una esquiva puerta verde que aparece y desaparece de su vida por más de 30 años, pero que él sólo ha sido capaz de trasponer en una ocasión; en su infancia, experiencia suficiente para generar en él un deseo culpable, una sensación de despilfarro de la felicidad que dará origen a una narración fantástica y desoladora de lo que los límites y sus variables hacen al ser humano.
Es verdad que he sido negligente… No lo niego; pero… No es una vulgar historia de aparecidos lo que me subyuga, no… En fin, es un secreto extraño y difícil de confesar… ¿Quieres oírlo? Estoy hechizado… Un sortilegio funesto se ha apoderado de mí y nubla mi vida, llenándola de deseos que nunca podrán satisfacerse. (Pág. 67)
A sus cuarenta años, Lionel tiene aspiraciones insaciables, como si entre su persona y el mundo hubiesen elevado una muralla que le impide disfrutar de sus logros, de sus conquistas. Es en este punto, con esta visión triste, fastidiosa y estéril, que Lionel Wallace comienza a narrar con lujo de detalles sus experiencias ante la puerta en el muro.
Su primer recuerdo es a temprana edad. Sin embargo, en su infancia queda de manifiesto que los límites no estaban lo suficientemente demarcados, su inteligencia hacía de él un niño que comprendía antes de tiempo, transformándolo en un pequeño autosuficiente. Su madre, fallecida cuando él tenía apenas dos años, lo dejó bajo el resguardo de su padre, un legislador que no poseía del tiempo necesario para dedicarle una atención constante. Esas condiciones son la que llevan al pequeño Lionel a deslimitarse tan fácilmente a temprana edad “por estas circunstancias, según colijo, debió el niño, harto de su vida monótona, arriesgarse a dar un paseo solo, a la aventura.”
De esta aventura, surge una vertiginosa transgresión de los límites al pasar por la puerta y entrar en el maravilloso jardín. Aún consciente de que la situación a la que se enfrenta es anómala y que de parte del padre obtendría cuestionamientos si se enterara de su osadía ante lo desconocido, Lionel se acercará a una sensación de infinita felicidad que le dejará una huella profunda en su consciencia, sumergiéndolo en una constante delimitación a modo de defensa de lo que cree es realmente lo correcto, pese a terminar sus días completamente arrepentido de tanta delimitación absurda y gratuita.
Es interesante ver cómo esta situación vivida por nuestro protagonista se asimila a la descripción que Cristóbal Holzapfel hace del pensamiento del filósofo francés Georges Bataille, quien entiende y explica los límites desde el erotismo, como interdictos necesarios de transgredir para alcanzar la deslimitación y fluir en el continuum[5].
Conocer la descripción que Lionel Wallace hace de la puerta en el muro tiene mucho sentido, pues así, con las mismas características, se presentará una y otra vez en su vida, aparece de manera arbitraria en el momento que menos lo espera y con una intermitencia que le impide prepararse para la decisión de transponerla definitivamente. En otros términos, la puerta se convertirá en el interdicto necesario de transgredir para alcanzar la ilimitación.
-Una enredadera de flores rojizas recubría el muro, y la nota carmesí de las flores que dominaba la caliza blancura domina también en mi recuerdo, donde queda la certidumbre de que la puerta era de color verde y de que había ante ella una acera salpicada de anchas hojas de castaño recién caídas y amarilleadas ya por el otoño, este pormenor me indica que mi primera visión fue en octubre: todos los años observo los castaños y no hay error posible. Debía tener entonces cinco años y cuatro meses… También estoy seguro. (Pág. 69-70)
El deseo está presente en la decisión de ingresar por la puerta. Es el erotismo que menciona Bataille, la necesidad de traspasar el límite y alcanzar la transgresión o extralimitación e ingresar a un mundo de ensueño.
Una sensación de encontrar lo desconocido, fuera de los límites convencionales, amplificada por la certidumbre de que el padre se molestaría por su actuar, muestra la pugna entre la limitación y deslimitación en un niño de 5 años y al atreverse a entrar por la puerta verde, el sujeto no sólo ingresa a un mundo desconocido y fascinante, sino que se extralimita dejando atrás el interdicto. Lo ha sobrepasado y de esa decisión se procederá a una nueva delimitación de su realidad. Extralimitarse le brindó un nuevo aire, algo vivificador, la levedad y la alegría.
El encontrarse en un jardín inmenso, sin límites, llevó a Lionel a experimentar la sensación de hallarse en un lugar conocido, “al que se vuelve tras una ausencia prolongada” Aquí la extralimitación da paso a una ilimitación que en primera instancia parece ser hacia el macrocosmos. Sin embargo, al mencionar que es un retorno a un lugar en el que se ha estado en algún momento remoto de la existencia, otorga sentido al origen, al infinito hacia el microcosmos.
Schopenhauer propone su peculiar memento mori al plantear que “la voluntad de vivir que determina a todo lo viviente, al convertirse en voluntad de morir, prepara su inserción en la plenitud de la voluntad universal, de donde, por lo demás también proviene”. Por lo tanto, la ilimitación hace que Lionel olvide sus límites anteriores, los que tenía del otro lado del muro; simplemente ya no existen en el ahora. Su voluntad de vivir le es intrínseca, pero poco a poco será la plenitud de la voluntad universal o la sensación de infinito lo que marcará su vida inconsciente, hasta que hacia el final del cuento se haga completamente patente el momento mori.
Apenas sus ojos infantiles vieron el muro y la puerta, una emoción insólita, una atracción, un deseo de abrirla y pasar a través de ella, nacieron en su alma con la idea clarísima de que era peligroso y culpable ante la tentación. Ni un instante dudó en que la puerta pudiera abrirse[…] Otra certidumbre invadió al mismo tiempo su conciencia: la de que su padre se incomodaría mucho si él abría aquella puertecita y entraba[…] Allí se detuvo, fingiéndose a sí mismo un interés extraordinario hacia aquél escaparate, pero mirando con los ojos de su alma, ávidos de apasionado deseo, la puertecita verde que quedara detrás[…] echó a correr, abrió de un empujón la puerta, que volvió a cerrarse tras su paso, y se encontró en menos de un minuto dentro del jardín cuyo recuerdo debía obsesionarle toda la vida. (Pág. 71-72)
La descripción que hace Lionel Wallace, es a todas luces, similar a la del Edén. Se trata de un jardín hermoso, extenso, en el que la mano y simetría de un jardinero no se encuentra presente, además, quienes lo habitan parecieran estar bajo un estado de paz y tranquilidad supremos. Hasta los animales en él son mansos y juguetones. Todo en aquel jardín invita a la contemplación, a la infinitud, a la ilimitación.
De seguro Lionel hubiese continuado en su interior de no ser por una mujer que le muestra un libro en el que aparece su vida en tres dimensiones, como si pudiera verla mientras los hechos suceden. Sus cinco años vistos en un libro, hasta el momento previo al ingreso por la puerta. Sin embargo, en la última página se ve fuera del jardín nuevamente y la sensación de desamparo lo estremeció. Ya no podría continuar en aquel lugar que le resultaba familiar y placentero, ese paraíso parecía vedado para él.
-Había hasta en el mismo aire que se respiraba al trasponer la puerta algo muy fluido; algo vivificador que comunicaba a los seres y a las cosas una impresión de levedad y de tranquila alegría. Todo en el jardín presentaba un aspecto risueño, inmaculado, sutilmente luminoso. Y el ánimo sentía un júbilo suave, exento hasta del menor temor […] Nada había en el maravilloso jardín que no fuera bello, acariciador, penetrante […] ¿Qué si era muy grande? Sólo recuerdo que se extendía hacia todos lados muy lejos, y que en la distancia percibí la elevación de unas colinas, sin imaginar por virtud de qué misterio aquel inmenso parque había venido a encerrarse en la estrechez del barrio de West Kensington. Mi impresión dominante fue la de hallarme no en un lugar desconocido, sino en un lugar al que se vuelve tras una ausencia prolongada. (Pág. 72-73)
Así continúa la narración en que Wallace le cuenta a Raimundo los detalles de lo que sugiere, es el Paraíso. Sin embargo, por una razón que desconoce, sale de aquel jardín a enfrentarse a su vida opaca y triste. Lamentablemente, esta ilimitación es momentánea.
Lionel se retracta por la nueva delimitación de la que es víctima una vez que deja el jardín detrás del muro. El cuestionamiento paterno a la veracidad de su relato y el castigo por desaparecer sin aviso terminan por negar, en aquella mente de niño, el paso hacia la infinitud y es así como durante años Lionel vivirá con menos libertad, con mayores límites impuestos y autoimpuestos a pesar de querer retornar al jardín en donde la sensación de infinito le llenó el alma.
-Me sentí abrumado de tristeza, desterrado del vergel luminoso en la tierra áspera donde sería preciso vivir ya para siempre. Y a medida que comprendí mejor lo que me acababa de pasar, una pena infinita me invadió, me saturó. (pág. 80)
La Seducción como Fuente de Sentido
Años más tarde, Lionel Wallace, aún estando en el colegio y producto de un juego llamado “paso del noroeste”, en que se elegía un camino arbitrario para llegar al colegio puntualmente, demuestra nuevamente la necesidad de romper con lo establecido en una búsqueda deslimitadora que permita variar la monotonía del límite. Gracias a esta exploración de nuevas posibilidades es que Lionel descubre, con sorpresa, nuevamente la puerta verde en el muro blanco, al fondo de un callejón que parecía sin salida. De modo que lo vivido en su primera infancia no era un sueño. Las panteras, los niños, la muchacha rubia y la mujer morena estaban detrás de aquella puerta. En esta ocasión, Lionel Wallace tiene mayor conciencia de sus decisiones y menciona la diferencia que existe entre la primera vez que se enfrenta ante la puerta y ésta, que marcará un límite en su vida y en sus emociones posteriores.
Este segundo hallazgo de la puerta verde marca para mí el límite exacto entre la vida laboriosa del estudiante y el vagar del niño. Y esta segunda vez no pensé ni un instante en apartarme de mi camino. Figúrate la situación: mi mente estaba ocupada por la idea de llegar a tiempo a la clase para no estropear mi reputación de puntualidad… (Pág. 86)
Lamentablemente para Lionel, fijar este límite ante la puerta verde se convertirá en un problema insoluble en su vida, dado que la puerta no aparece a voluntad. No obstante, el protagonista ya entiende que al traspasar la puerta se enfrentará ante la sensación de infinito y retornar a lo cotidiano le será imposible debido, principalmente, al bienestar que le otorga ese mundo.
El traspasar la puerta implica infinitud en una dimensión no conocida, una infinitud que le atemoriza, pero que le seduce potentemente. Y en relación a esto, podemos decir que la seducción se transforma en una fuente ilimitada de deslimitaciones al enfrentarnos a la posibilidad de ir más allá de lo que nos limita. Y lo que nos limita, son las fuentes persistentes de sentido, como la familia o el trabajo. Por lo tanto, serán las fuentes ocasionales de sentido, centradas en la seducción, las que nos llevan a tomar decisiones que producen en el menor de los casos una deslimitación.
Pero sí la seducción es potente y se hace cada vez más irresistible, se dará paso a las extralimitaciones, como lo que provocó que Wallace ingresara por la puerta verde. Estas sensaciones de ilimitación que en ocasiones nos asustan, hacen que respondamos blindándonos con límites nuevos aún más restringidos, y esto debido a lo extraño y placentero de las sensaciones.
Al llegar a los cuarenta años Lionel comienza a sentir culpa de no haber ingresado cuando pudo al jardín, se da cuenta del engaño que él mismo ha generado en su entorno, se ha creado un sentido falso para continuar adelante e ignorar lo que le seduce.[6]
– Las recompensas inventadas por los hombres comenzaban a no compensarme de la fatiga de vivir, y sólo un deseo se mantenía vivo en mi ser mientras iban muriendo los demás: el de entrar de nuevo en mi jardín, el de volver siquiera una vez, sólo una vez… (Pág. 97)
Para Lionel Wallace el temor a la infinitud lo llevará a desechar la posibilidad de ser feliz, ya que sabe que en aquel jardín no hay lugar para infelicidad y finalmente, decide por una nueva delimitación con sus fuentes persistentes de sentido.
Será el prestigio de la puntualidad, el sentido que recrea para evitar la ilimitación, es decir, se crea una mentira, una justificación, aún sabiendo que aquella felicidad terrenal no tiene comparación con lo que existe detrás de la puerta verde que lo seduce. En este punto también comprenderá que aquella posibilidad no se puede buscar, que es imposible hallarla a voluntad, que la ilimitación es caprichosa y requiere del desmarcarse de lo habitual, de lo que parece importante. En otros términos, salir de los límites, crear nuevas coordenadas delimitadoras o simplemente entregarse a la trascendencia como translimitación o a la ilimitación como fuente de infinitud.
– Ni entonces ni más tarde, cuando traté de encontrarlo solo, lo pude hallar… No lo hallé nunca voluntariamente, y me parece ahora que durante todos los años de colegio no cesé de buscarlo, aunque sin confesármelo. (pág. 90)
-No volví a entrever la puerta hasta los diecisiete años. Por tercera vez se presentó a mi vista un día que iba en coche a la estación […] Golpeé los cristales del coche y saqué el reloj al mismo tiempo; el cochero, volviéndose, preguntó: “¿Quería algo el señor?”, y yo repuse: “No, gracias… No había contado con la hora… Siga, que voy a llegar tarde” y el caballo aceleró el trote […] “Si me hubiera detenido –me decía- , no habría ganado la beca y no tendría el porvenir brillante que se me abre ahora; pero… En fin, he hecho bien: no cabe duda de que empiezo a ver las cosas de una manera práctica, sin dejarme arrastrar por las fantásticas inclinaciones…” Y para consolarme me decía: “La puertecita verde quizás esté para siempre cerrada, pero otra puerta más ancha y menos misteriosa –la de mi porvenir- acaba de abrirse de par en par con la llave de mi voluntad y de mi aprovechamiento”. (Pág. 93-94-95)
Cuatro veces más tendrá Lionel Wallace la ocasión de encontrarse frente al muro blanco con la puerta verde y siempre encontrará excusa, en alguna limitante, para no entreabrir aquella puerta. Aún teniendo la certeza de que el pestillo cedería sin problemas ante la presión de su mano.
La puntualidad fue el factor determinante, puntualidad que Wallace termina por reprocharse. Sabe que dejar pasar la oportunidad de ingresar al jardín es perderla hasta que la providencia se la presente nuevamente “el jardín mágico era uno de esos lugares que sólo se halla cuando no se le busca”.
-Tres veces en un año la puerta se me había ofrecido… La puerta que lleva a la paz, a la dicha, a la belleza no igualada siquiera en sueños, a la bondad inasequible en la tierra; y como he desaprovechado tantas ocasiones, Raimundo, la puerta ha desaparecido para siempre.

-¿Cómo sabes que no se te volverá a aparecer?

-¡Estoy seguro…,seguro!… Ya no me queda más que confinarme en las obligaciones estúpidas que me han hecho desperdiciar las tres ocasiones postreras. ¡Y dices que al fin he llegado, que he tenido éxito!… ¡Cuán vulgar y fastidioso es ese éxito que tantos envidian! ¿Ves esta nuez que trituro entre mis manos? Pues igual trituraría mi éxito: ¡así, así!… (Pág. 102)

– El cadáver de Wallace apareció ayer en la mañana en una profunda zanja cerca de la estación del Este, en Kensington. Habían excavado allí varios pozos con motivo de la unión de dos líneas del tranvía subterráneo, cercándolos con una alta empalizada de madera, donde, para dar entrada y salida a los obreros, colocaron una puertecita, que por olvido del capataz debió quedar abierta aquella noche, permitiendo a Wallace entrar en el recinto y caer. (Pág. 103-104)
Como se ha logrado apreciar La puerta en el muro es un cuento que se presta con facilidad a la interpretación filosófico-literaria en torno al límite.Existe claramente en todo el cuento un interdicto, como le llama Bataille al límite, que es la puerta que separa a Lionel del jardín maravilloso.
Una vez que conoce lo que es estar en el continuum, Lionel desespera por regresar, pero su discontinuidad es más poderosa, lo va aislando en las fuentes persistentes de sentido a pesar de lo seductora que le resulta la idea de pasar el interdicto, o atreverse a extralimitarse y transgredir sus propios límites. Lionel no se atreve, pues lo sabe, a la disolución con un todo, con el retorno al inicio, a un infinito, al flujo del continuum.
Para lograr vivir más de treinta años soportando la seducción de entrar por aquella puerta, cuando se le presente la oportunidad, Wallace ha debido producir sentidos a su vida, fractalizar la realidad para explicarla, controlarla y dominarla. Sin embargo, y a pesar de ello, su vida no tiene sentido sin la ilimitación, sin esa sensación de infinito que vivenció en el jardín.
La puerta en el muro tiene un fuerte componente filosófico en su narrativa. Las preguntas que se abren a respuestas no menos filosóficas, trascendentales, hacen de este cuento un ejemplo completo de lo que Cristóbal Holzapfel intenta demostrar con sus Reflexiones Filosóficas en torno al límite. Y en este caso, el pasadizo que existe hacia la ilimitación del Ser y su paso al continuum que es lo que todos en su mayoría buscamos, la unión al infinito o cómo se llame lo que nos conmueve y da felicidad, lo supremo para nuestra ideología.
Bibliografía
– HOLZAPFEL, CRISTÓBAL. Reflexiones filosóficas en torno al límite. (y al límite
escurridizo entre filosofía y literatura) Clase inaugural para el año académico 2011 de Filosofía de la Universidad de Chile.

– BERGER, Peter; LUCKMANN, Thomas. La construcción social de la realidad, 1966.
Amorrortu editores, 255 pp.

[1] Cristóbal Holzapfel. Reflexiones filosóficas en torno al límite. (y al límite escurridizo entre filosofía y literatura) Clase inaugural para el año académico 2011 de Filosofía de la Universidad de Chile.
 
[2] BERGER, Peter; LUCKMANN, Thomas. La construcción social de la realidad, 1966. Amorrortu editores, 255 pp. http://www.opuslibros.org/Index_libros/Recensiones_1/berger_rea.htm
 
[3] Socialización primaria
– Internalización: aprehensión o interpretación inmediata de un acontecimiento objetivo en cuanto expresa significado. Constituye la base para la comprensión de los propios semejantes y del mundo en cuanto realidad significativa y social.
– Socialización: Inducción amplia y coherente de un individuo en el mundo objetivo de una sociedad o en un sector de él.
La socialización primaria es la primera por la que el individuo atraviesa en su niñez.
Socialización secundaria
Es la internalización de submundos institucionales. Su alcance y su carácter se determinan por la complejidad de la división del trabajo y la distribución social concomitante del conocimiento. Es la adquisición del conocimiento específico de roles, estando éstos directa o indirectamente arraigados en la división del trabajo.
 
[4] Cristóbal Holzapfel. Reflexiones filosóficas en torno al límite. “Pensadores de la des-limitación”
 
[5] Somos individualidades discontinuas, y esa discontinuidad de cada cual está demarcada no sólo espacio-temporalmente, sino también por nuestras capacidades, convicciones, en definitiva, por nuestras respectivas concepciones de mundo. Y esta demarcación variada de nuestra discontinuidad Bataille la presenta como inrterdicto, queriendo decir con ello que son ciertas prohibiciones las que nos delimitan y también nos protegen y amparan.
Pues bien, el erotismo se expresa al modo de un transgredir esos interdictos, lo que nos permite fluir en un continuum. Esta inserción, esta suerte de hacerse uno con el flujo o continuum se da no únicamente en términos de una fusión con otro ser humano, sino para el artista con su tema, para el místico con Dios, y así en diversos ámbitos.
Lo que le da, desde esta perspectiva, una particular relevancia al límite, es que precisamente acontece el erotismo en la medida en que hay algún interdicto que transgredir, lo que en definitiva lleva a Bataille a sostener en términos extremos, y ciertamente con un carácter dialéctico, que el interdicto es la transgresión.
 
[6] Podemos decir que el mundo es ante todo el mundo de la producción, la cual en definitiva es producción de sentido. Pues bien, podríamos decir en primer lugar que seduce lo que la producción no logra explicar, dominar o controlar, es decir, seduce lo que está allende los límites que conlleva toda explicación, dominio o control. Es más, lo que alimenta, inquieta y vivifica la producción es precisamente la seducción, en cuanto es lo que la hace avanzar y conquistar nuevos espacios. Con Baudrillard, agregaríamos que ello lleva al final a la producción al precipicio, y más que extraviarse, diríamos fractalizarse en la hiperrealidad, en una realidad que escapa a todo control del sujeto, que, por lo mismo, acaba desarrollando “estrategias fatales”.

 
 

Ilustración: Garden of the Mind, de Davide Brusa and Leonardo Dentico.
Por aldo astete cuadra

Cuatro poetas suicidas chinos

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El más famoso y prominente poeta chino, Qu Yuan (340 a.C.-¿287?a.C.), fue el primer gran poeta en cometer suicidio y aunque no lo hizo en su condición de creador de poesía, sino como protesta debido al aniquilamiento de su Estado natal de Chu, su ejemplo ha perdurado hasta hoy y el día que, según la tradición se conmemora la fecha de su muerte por inmersión en el río Miluo, se celebra la Festividad Duanwu, el día quinto del quinto mes lunar. Ese día se llevan a cabo, en el sur de China, competencias de barcas con cabezas de dragón.
La muerte del poeta Qu Yuan se convirtió en un ideal mítico. De allí en adelante los chinos tuvieron su primer suicidio legendario que conducía a alcanzar lo sublime, la escogencia de un valor moral o ético más allá de la vida.
Lo histórico y lo social en China no sólo ha únicamente formado la conducta suicida de Qu Yuan, sino la de otros, tanto en la antigüedad como en el siglo XX. Podemos mencionar a famosos personajes que se suicidaron: Xue Ji (649-713), calígrafo y erudito, quien fue forzado a cometer suicidio después de que fue implicado en un complot para envenenar al nuevo emperador; el poeta Lu Zhaolin (aprox. 637-680) se suicidó arrojándose a un río por no poder soportar los dolores reumáticos; el erudito, poeta y funcionario Sun Chengzong (1563-1638) cometió suicidio al fracasar su resistencia contra el ejército manchú; Lao She (1899-1966), novelista, dramaturgo y cronista, se suicidó en agosto de 1966 arrojándose a un lago en Peking; Chen Mengjia (1911-1966), poeta y erudito en huesos oraculares y oponente espiritual a la simplificación de los caracteres chinos se ahorcó; San Mao (1943-1991), novelista y traductora, se suicidó colgándose en la habitación del hospital donde estaba recluida…y los cuatro poetas antologados en Cuatro poetas suicidas chinos: Hai Zi, Luo Yihe, Ge Mai y Gu Cheng. Aunque la lista está muy lejos de ser completa.
Después de cada suicidio cometido en las pasadas décadas por escritores y poetas la gente se lanzó a ansiosos debates acerca del significado de la vida y la muerte, pero tales acaloradas discusiones debieran finalizar si no fuera porque la rata de suicidios en China es una de las más altas en el mundo. También notable es el hallazgo de que la rata de enfermos mentales parece significativamente más baja entre los suicidas chinos que entre la mayor parte de los suicidas de los países occidentales.
La familia ha sido durante largo tiempo el soporte de la institución central de la sociedad china. Para los chinos, el indicador más crucial de felicidad es que ella o él hayan logrado una vida en una familia armoniosa. El hecho de que la vida familiar es esencial para la felicidad personal de los chinos, sin embargo no significa que sea fácil o que se la enfrente cómodamente. En una familia es necesario tratar con seres humanos cuyas personalidades, necesidades y experiencias son diferentes unas de las otras. Esto guía todas las formas de conflicto entre los miembros de la familia.
En China, tradicionalmente, se han usado diversos métodos de suicidio. Cabe nombrar los siguientes: cortarse la garganta con una espada (ziwen), prenderse fuego (zifen), envenenamiento (fudu), ahorcarse (shangdiao), colgarse de las vigas de la casa (xuanliang), morir por inmersión lanzándose a un pozo, lago, río o al mar (toujing, touhu, touhe, touhai), lanzarse desde un barco que va navegando (tiaohai), dejarse morir por negarse a comer (jueshi), saltar desde un edificio (tiaolou), cortarse las venas (gemai), dispararse con un arma de fuego dentro de la boca (tunqiang)… En la China antigua un hombre que cometía suicidio por deshonra era algo más egoísta (tal como el fracaso en aprobar los exámenes imperiales) y podía ser condenado por no ser filial si él era el hijo mayor o el hijo único. Primeramente porque había sido incapaz de tomar a sus padres bajo su cuidado durante la vejez. Segundo porque no había sido capaz de hacer ofrendas a sus espíritus después de sus muertes y sostener a sus propios hijos para continuar con el ritual de los ancestros. Dejar atrás a la esposa y a los niños es una gran carga para los chinos. Los hombres rutinariamente mataban a sus esposas e hijos antes de matarse ellos mismos.
También en China el suicidio fue y es una herramienta para protestar. Cuando alguien se consideraba a sí mismo víctima de la injusticia y sin salida debía cometer suicidio para protestar contra el cielo. En la práctica esto causaría una conmoción en la opinión pública y haría que la gente simpatizara con el suicida. Tal práctica aún es así, mentalmente, en China.
¿El suicidio ejerce una especial influencia en el espíritu de los poetas y escritores para hacerles más proclives a coquetear con la muerte? ¿Cómo hacer distinciones entre suicidio y literatura, suicidio por la literatura y suicidio en la literatura? Muchos suicidios en China entre la clase “letrada”, ilustrada (shi), eran cometidos para demostrar lealtad a sus respectivos soberanos.
La tradición del suicidio en China es única en dos sentidos. El primero: el sistema de valores de la antigua China tenía una clara definición de misión que cada persona estaba obligada a su cumplimiento como un adulto responsable. Esta virtud cardinal incluía la lealtad a la corte o a los superiores (zhong), piedad filial hacia los padres (xiao), rectitud (yi) y benevolencia (ren) hacia el pueblo en general. Cuando la vida está concebida como una serie de obligaciones para ser respetadas y cuando uno toma sobre sí mismo el rol del ejecutor de estas obligaciones, uno no puede pensar de sí mismo como poco menos que un misionero. El autosacrificio, por lo tanto, denota un positivo gesto que afirma la santidad de la existencia humana. Que estas virtudes son concretas, misiones obligatorias para ser cumplidas está implícito en el lenguaje que describe estos suicidios valorados. Las misiones obligatorias no sólo son para los hombres, sino que también involucran a las mujeres. Ellas morían por lealtad a sus esposos, por castidad y, en algunos casos, por defender la propiedad.
El segundo sentido en el cual los chinos valoraban el suicidio puede ser única en la tradición de China: la narrativa y la historia con frecuencia emergen como un todo, con la segunda sirviendo a una distintiva función descriptiva. Esta tradición es parcialmente reforzada por el hecho de que en la antigua China, los “letrados” (eruditos literarios) y los hombres de Estado eran uno y el mismo y los funcionarios en la posición de inmortalizar a otros y las figuras históricas estaban también bien entrenados en la imaginación literaria.
Los registros de suicidios en la China pre-moderna nos muestran una cosa: que quienes escogieron poner fin a sus vidas autopercibían el lugar y el propósito que ocupaban en el mundo. En lo más lejos que llegamos al siglo XX encontramos este universo y propósitos ampliamente transformados. Se defendían ciertos valores con los cuales una vida podía sentir solamente a través de una antigua norma de honor y la vergüenza desarrollada por repetidas narrativas que reforzaban lo que era correcto y erróneo. Las nociones de lealtad, benevolencia, rectitud, piedad filial, estaban siendo redefinidas por un avivamiento del tiempo del cambio social que comenzó, inexorablemente, al fin del siglo XIX. ¿Esto significa que el valor que conducía al suicidio estaba muerto? La respuesta es negativa, aunque este sabor había cambiado de manera dramática desde los tiempos del poeta Qu Yuan.
En un artículo escrito en un periódico en 1941 titulado “El poeta”, el escritor Lao She trató de definir al poeta como alguien que reaccionaba con intensidad sobrehumana hacia el mundo. Para ser un poeta uno debía estar encantado. Uno debía perder su propia cabeza, sacrificar su vida y buscar las revelaciones de la verdad y la benevolencia, la iluminación de la belleza y la felicidad: sólo entonces se sería poeta. En el mismo artículo Lao She también menciona que los poetas, quienes caminan y cantan a lo largo de las riberas, y quienes, cuando la sociedad está en peligro, se lanzan al agua y se convierten en mártires.
El hecho del suicidio persiste en la mayor parte de los suicidas que saben el efecto que su acción deja en los otros. Al menos esto es verdad para aquellos que abandonan tras de sí notas de suicidio. Algunas de estas notas han explicitado instrucciones sobre asuntos póstumos y algunas de ellas tratan de priorizar el consuelo de lo por ellos amado. El hecho de que también perdure que el suicidio puede ser una poderosa manifestación que busca venganza, protesta o resignación o una profesión de fe y lealtad es notorio. Esta manifestación es una de las más poderosas que una persona puede hacer ya que la muerte siempre tendrá al mundo por perdido.
Lo que distingue a un suicidio conducido por un valor, de otros tipos de suicidios, es su esperanza de construir algo más allá de la muerte. Puede buscar crear un tipo de memoria, imagen o mantener un ideal.
Por esta razón, el suicidio conducido por un valor con frecuencia requiere una audiencia póstuma, personas que recordarán el ideal construido a través de la muerte. En un aspecto se puede decir que esta audiencia de lectores póstumos notará su posición relativa al escritor o poeta pre-suicida, sin embargo estarán conscientes de lo que él o ella pueden hacer de esta privilegiada posición. La relación de complicidad entre el escritor o poeta pre-suicida y los lectores póstumos, empero, puede tener su desagradable costo y su lado feo.
¿En un suicidio puede haber un intento de exorcismo? El poeta, novelista y dramaturgo Han Dong (nacido en Nanjing en 1961) afirma, con un toque de cinismo, que el suicidio del poeta Hai Zi en 1989 se debió a que no pudo distinguir la poesía de la vida ordinaria y que los que actúan de esa manera buscan siempre acciones extraordinarias. Ellos beben, luchan, bromean acerca de las mujeres, se dejan llevar, cultivan excentricidades… para probar que son poetas. Al final trascienden lo mundano y solamente muertos piensan probarlo.
¿Cómo puedo yo decirles a otros que he vivido y de qué manera lo he hecho? Intentar clasificar a los suicidios es aceptar hacer simplificaciones de un amplio rango de conductas humanas que son capaces de conducir a ellos. Aunque es difícil tratar con el problema del suicidio se puede decir que en una gran escala, los suicidios son susceptibles de ser sometidos a reflexión a lo largo de tres ejes, reducida y mutuamente sobrepuestos: en lo interno, y ciertamente más a nivel clínico y positivo, el suicidio está relacionado con varios tipos de desórdenes emocionales o enfermedades siquiátricas que han mostrado que las causas del suicidio pueden incluir desórdenes bipolares, abuso infantil, depresión, alucinaciones, desorden por pánico, esquizofrenia y desórdenes de la personalidad. En un nivel más externo, los suicidios pueden ser conducidos por la situación, donde el suicida puede sentir que muriendo es la única vía de salida a condiciones traumáticas tales como humillación, dolor físico, penalidades financieras, persecución política, inminente castigo, marginación o pérdida repentina de la emoción. Aun el solo enfoque sobre la inestabilidad mental y factores situacionales ignora lo existencial, la carga del valor dado a la vida, las fuerzas simbólicas y narrativas que conforman la conducta humana. Lo más interesante podría ser la tercera dimensión del suicidio, donde la muerte por propia mano sirve para mantener o actualizar algún valor escogido (o una combinación de valores) o estético. Estos valores cuando se juzgan fuera de sus contextos culturales pueden parecer absurdos, lo estético puede parecer irrelevante o, peor aún, condenable, inhumano y coloreado con total insania. Pero esos valores continuarán haciéndoles señas a la imaginación literaria (y acaso también a lo no literario) en los tiempos por venir.
Wilfredo Carrizales – Peking (China)
Gu Cheng
Gu Cheng (1956-1993) fue un famoso poeta, ensayista, novelista y dibujante chino. Llegó a ser un prominente miembro de los “poetas oscuros”, un grupo de poetas chinos surgido después de las reformas de 1979. Él, junto con Hai Zi y Ge Mai, forman el trío de poetas suicidas de fines del siglo XX. Gu Cheng tuvo una vida privilegiada al ser hijo de un destacado miembro del partido comunista. Su padre, Gu Gong, era un poeta del ejército chino. A la edad de doce años, Gu Cheng y su familia fueron enviados a una zona rural de la oriental provincia de Shandong, por causa de la “revolución cultural”, para que se “reeducaran”. En esa región se dedicaron a criar cerdos. Allí, donde permaneció durante cuatro años, Gu Cheng proclamó que había aprendido poesía directamente de la naturaleza. A finales de los años setenta del siglo pasado, Gu Cheng figuró como integrante de la revista semiclandestina “Today”, la cual comenzó un movimiento en la poesía conocido como “menglong” que significa “oscuro, nebuloso, confuso” y también “luz débil de la luna”. En poco tiempo, Gu Cheng se convirtió en una celebridad internacional y viajó por el mundo acompañado por su esposa Xie Ye. Luego los dos se asentaron en Auckland, Nueva Zelanda, donde Gu Cheng enseñó idioma chino en la universidad. En octubre de 1993 Gu Cheng atacó a su esposa con un hacha y después él se ahorcó. Ella falleció cuatro horas más tarde en un hospital. Él tenía treinta y siete años; ella, treinta y cinco. Todavía existe mucho debate acerca de lo que sucedió realmente aquel día.
Hai Zi: “El vigilante del trigal”
Su verdadero nombre era Cha Haisheng. Nació en el distrito Huaining de la provincia de Anhui, región central de China, el 24 de marzo de 1964. En 1980, después de superar el examen, ingresó a la Facultad de Derecho de la Universidad de Peking. Una vez graduado fue asignado como profesor en la Universidad de Ciencias Políticas y Jurídicas de China. El 26 de marzo de 1989, a la edad de veinticinco años, cometió suicidio al acostarse sobre la vía férrea en el sitio conocido como Shanhaiguan, paso en el extremo noreste de la Gran Muralla. Hai Zi había publicado un largo número de prominentes poemas entre 1984 y 1989 y estaba considerado como uno de los mayores poetas chinos contemporáneos. Los poemas de Hai Zi parecen anacrónicos. China experimentaba un gran cambio y el campo tradicional estaba desapareciendo con una extensa migración de campesinos hacia las ciudades. Las reformas económicas y el consumismo se estaban desarrollando velozmente. La nostalgia de Hai Zi por la cultura agrícola que desaparecía lo convirtió a él en un anacronista. Su poesía aún vivía en el paisaje, físico y mental, de la China tradicional rural y su mente estaba inmersa en la idea europea del siglo XIX de la inspiración divina: que la génesis de la poesía es análoga a la génesis del universo; que la poesía surge de una chispa sobrenatural; que el poeta no es menos que un dios y su limitado cuerpo humano se consume a sí mismo para nutrir esa esencia divina en él. En sus poemas podemos encontrar la idea de Nietzsche de Zagreus, el descendiente del mundo de una mítica unidad y la agonía de la individualización. La misma idea de Hölderlin del descendiente cósmico y la separación de los dioses.
Hai Zi fue una estrella efímera que pertenecía a los “oscuros poetas” que emergieron después de las reformas de 1979. Él deslumbró al mundo dos veces. La primera vez cuando fue aceptado, a la edad de quince años, por la prestigiosa Universidad de Peking; la segunda, cuando cometió suicidio. La poesía se ocultaba detrás del abrir y cerrar de puertas y les dejó a quienes la miraron el indicio acerca de lo que habían visto en un momento de apertura. La vida de Hai Zi fue un poema, un extremadamente corto poema, que le permitió leer a quienes lo pudieron hacer una sospecha de lo que destiló durante los veinticinco años de su vida. Sus poemas parecen las huellas que dejan sobre la nieve los ánsares que son las propias marcas del poeta. Elucidar acerca del secreto de su muerte es tarea imposible. Mejor es tratar de comprender el enigma de su vida.
Ge Mai
Su verdadero nombre era Chu Fujun. Nació en 1967 en la provincia de Heilongjiang (nordeste de China) en una granja agrícola. En 1985 ingresó en la Facultad de Idioma Chino de la Universidad de Peking. Una vez graduado en 1989 fue asignado a la revista “Literatura de China” en Peking. El 24 de septiembre de 1991 se suicidó arrojándose a un río, con una piedra amarrada a su cuerpo, en las afueras occidentales de Peking.
Ge Mai comenzó a ensayar con la escritura en 1985. El tiempo real que le dedicó no alcanzó a los seis años. En ese lapso temporal nos legó su gran número de poemas y sus otros escritos. En un ensayo corto titulado “Acerca de la poesía”, él expresó: “El poema tiene que ser un hacha afilada. Puede abrir el glaciar del espíritu. Dentro de la creación, la oposición, la disgregación, el contacto y el intercambio de una palabra y otra, una a una muestra la existencia de la iluminación del lenguaje que deslumbra de agudeza. El poema directamente pertenece a la ilusión. Puede abrir el espacio de la existencia y el espíritu y al mismo tiempo permite que lo que no es posible llegue a ser”. Esta afirmación de Ge Mai puede considerarse su visión de la poesía.
A Ge Mai le gustaba el agua, le fascinaba viajar por placer, subir montañas. En su rostro no se veían los toscos rasgos de la gente del nordeste de China. Su breve vida se puede compendiar en tres palabras: crecimiento, aspiración (de adquirir conocimientos) y trabajo. Era un hombre culto y su cultura era un puñal que hería. Él afirmó: “La vida de una persona sólo se puede cortar tres veces. A la cuarta todo finaliza”. Encaja bien si se le califica de pesimista optimista. Al ver el aspecto más doloroso de las personas era como si tocara su propio cadáver. En una ocasión enfatizó: “Cuando me encuentro que no puedo continuar, que no puedo soportar más, cierro los ojos y eso equivale a vivir de nuevo”. Su opción de escribir era una esperanza que se manifestó muy temprano, pero comenzó tarde con la escritura. Le agradaban los asuntos misteriosos. Por ejemplo, las figuras sobre las conchas marinas, las constelaciones, la propagación de las plantas y la filosofía del escepticismo.
Sus poemas contienen un cultivado lenguaje y un profundo saber. Escribió poemas líricos y no líricos. Rechazaba la creación de poemas líricos, pues consideraba que podían usarse para reemplazar la cotidianidad de las canciones. También compuso novelas guiado por la tendencia del estilo contemporáneo, pero que no carecen de inspiración y técnica. Él manifestaba un gran interés por la historia de las ideas.
Luo Yihe
Nació el 6 de febrero de 1961 en Peking. Durante su niñez, debido a que sus padres -que eran funcionarios- fueron transferidos a los niveles inferiores durante la “revolución cultural”, marchó con ellos a la llanura del río Huai en la provincia de Henan, en la China central. Allí recibió los primeros conocimientos en la escuela. En septiembre de 1979 pasó el examen de ingreso en la Universidad de Peking y se especializó en Literatura china. Después de graduarse en 1984 fue a trabajar como redactor en la revista “Octubre” de la Editorial de Peking y se hizo cargo de la columna de poesía y de novelas del suroeste de China. Obtuvo dos veces el premio como excelente redactor. En 1983 había comenzado a publicar poemas y teoría poética. Sus artículos dispersos pueden encontrarse en “Mundo poético de la juventud”, “Literatura de la provincia de Shanxi” y “Dianchi”. En estas tres publicaciones tuvo un profundo estímulo y además en otros impresos periódicos como “Ciudad de las flores”, “Revista de poesía”, “Literatura de la juventud”, “Literatura de Shanghai”, y “Viento verde”. Sus trabajos ingresaron en algunas antologías como “Antología selecta de poesía del ´Movimiento Oscuro´”, “Colección de la marea de la nueva poesía” y “Volumen de poesía de la contemporánea literatura de China”. En 1988 participó en el congreso sobre poesía de la juventud organizado por la “Revista de poesía”. Además publicó novelas y ensayos, pero centrándose siempre en la poesía.
Su creación poética abarca cuatro tipos de poemas diferentes: cortos, largos, poemas de cien líneas y poemas por secciones, así como también dos poemas extensos y monumentales. En poesía fue premiado dos veces: en 1990 logró el premio “Bing Xiong” de la revista “Octubre” y el premio a la excelencia literaria con motivo del cuadragésimo aniversario de la fundación de la República Popular China por su obra titulada “Casa”.
El 31 de mayo de 1989, después de estar participando en los eventos de la Plaza Tian An Men de Peking, murió. La versión oficial dice que falleció a consecuencia de una hemorragia cerebral, pero otras versiones señalan que se suicidó ingiriendo veneno. Al momento de su muerte tenía veintiocho años. Dos años después de su deceso la Editorial de Literatura y Arte “Viento de Otoño” publicó su largo poema “Sangre del mundo”.
Luo Yi-he es un importante poeta posterior al “Movimiento de los poetas oscuros” (Menglong shi) de finales de la década de 1970 y comienzos de la década de 1980. En la historia de la nueva poesía de China él accionó por primera vez con una firme y tenaz voluntad para integrar una acabada conducta y otorgar en sus novedosas creaciones una abundante cualidad original que podemos observar en muchos de sus poemas más conocidos. Un nuevo tipo de vigor de estilo comienza con los poemas de Luo Yihe.
Sus logros poéticos durante largo tiempo no han logrado la atención necesaria. No importa que aún los lectores lo castiguen con la indiferencia: él es una cumbre escondida. En los más de veinte años, desde su muerte, el mundo de la crítica poética no ha hecho ninguna contribución de calidad con respecto a su poesía. Si lo comparamos con la divulgación que ha recibido la poesía de Hai Zi, la poesía de Luo Yihe ha sido editada raras veces. A poco de su deceso se publicó una “Colección de obras de Hai Zi y Luo Yihe”, en 1990 se editó “Sangre del mundo” y en 1997 “Poemas completos de Luo Yihe”. Recientemente en el 2010 apareció “Poemas de Luo Yihe”.
Tal ausencia editorial acaso se deba a que Luo Yihe utilizó en su poesía una tendencia hacia la búsqueda de lo extraño con el empleo de vocablos inventados que estimularan la duda. También por el empleo de frases antiguas. Mas todo esto es su sello estilístico. Luo Yihe ensayó con el lenguaje y lo renovó para convertirlo en vehículo de incitación y riesgo. Con el uso de expresiones fuertes y torcidas quiso acentuar un tipo de mezcla de tristeza y soledad, aflicción y rompimiento: una amalgama de significados y, al mismo tiempo, conservar la fuerza y la tensión del lenguaje poético.
Cuatro poetas suicidas chinos, Wilfredo Carrizales (traducción y notas), Cinosargo 


Crónicas del olvido

Alberto Hernández


Letralia

1
Gu Cheng, Hai Zi, Ge Mai y Luo Yi-He forman el parte suicida de un libro en el que Wilfredo Carrizales ha sabido trasegar un tema bastante delicado. Por supuesto, el autor de Cuatro poetas suicidas chinos (Ediciones Cinosargo ) aclara que no son cuatro los poetas de ese país que hicieron de sus vidas escenario de una trama personal más parecida a una épica que multiplica nombres y destinos. No; el estudioso sinólogo venezolano habla de una cantidad importante de escritores de esa inmensa nación asiática que escogieron el suicidio como una salida a sus angustias.
En el prólogo de la obra el autor afirma: “La tradición del suicidio en China es única en dos sentidos. El primero: el sistema de valores de la antigua China tenía una clara definición de misión que cada persona estaba obligada a su cumplimiento como un adulto responsable (…). El autosacrificio, por lo tanto, denota un positivo gesto que afirma la santidad de la existencia humana”. Más adelante Carrizales destaca: “El segundo sentido en el cual los chinos valoraban el suicidio puede ser único en la tradición de China: la narrativa y la historia con frecuencia emergen como un todo, con la segunda sirviendo a una distintiva función descriptiva”. Así, según expresa el autor, en el país asiático los llamados letrados y los hombres de Estado “eran uno y el mismo y los funcionarios en la posición de inmortalizar a otros y las figuras históricas estaban también bien entrenados en la imaginación literaria”.
En fin, en China el suicidio no es un simple argumento para acabar con el sufrimiento. Va más allá de cualquier metáfora. Se trata de un valor. En tal sentido, quienes acudían o acuden al suicidio tenían o tienen a su cargo altas responsabilidades morales, políticas o académicas. De allí la importancia de este texto que Wilfredo Carrizales ha puesto en nuestras manos.
2
Colgarse de una viga, lanzarse a un río, a un lago, a un pozo o al mar, cortarse la garganta con un cuchillo, incinerarse, matarse de hambre, saltar de un edificio, cortarse las venas, pegarse un tiro en la boca son algunas de las modalidades o métodos usados por los chinos quienes ya no quieren estar en este mundo.
El poeta Gu Cheng, luego de usar un hacha contra su mujer, en octubre de 1993, decidió ahorcarse. A los 37 años este privilegiado ciudadano chino, hijo de un alto jerarca del Partido Comunista, se quitó la vida luego de haber pasado por muchas experiencias, entre ellas haber superado la hegemonía de la llamada revolución cultural. Su trabajo comenzó a ser valorado a partir de 1979.
Leer este texto de Gu Cheng nos acerca a un verdadero poeta: “si tú andas conmigo, / entonces puedes sumar las huellas de mis pies; / / si yo te sigo a ti, / sólo puedo ver la sombra de tu espalda”.
3
El poeta Hai Zi, quien realmente se llamaba Cha Haisheng, escogió una terrible forma de morir: se acostó sobre los rieles del tren y dejó que éste lo destrozara. Había nacido el 24 de marzo de 1964. Estudió Derecho en la Universidad de Peking y dio clases en la Universidad de Ciencias Políticas y Jurídicas de China.
Se le considera como uno de los más relevantes poetas contemporáneos de China. Dejó una larga lista de poemas en los que desarrolla el sentir por la pérdida de la China agrícola. Se trata de una poesía quizás un tanto conservadora, pero de mucho brillo paisajístico.
“Canción del suicida” define su destino: “escondido en el agua de la tarde / levanta brevemente la cortina / una o dos ramas de árbol se extienden hacia acá / cuerpo, la piedra preciosa de la superficie del agua / enfrentada a la botella medio agrietada / el agua dentro de la botella no puede agrietarse (…) tú disparas el rifle, solitario regresas a la tierra natal / tú pareces una paloma / que cae en la cesta escarlata”.
4
Ge Mai o Chu Fujun tomó la decisión de arrojarse a un río con una roca atada al cuerpo en la cercanía de la capital. Había superado los exámenes para ingresar a la Universidad de Peking, de donde egresó como experto en idioma chino y llegó a trabajar en la revista Literatura de China. Sin mirar a los lados, el 24 de septiembre de 1991 se lanzó a las aguas de un río próximo a Peking.
Amante del agua, escogió el agua para morir. Escalaba montañas y le gustaba viajar mucho. Escribió poesía libre, sin rima, pero también trabajó el ensayo. Destaca en sus trabajos un conocimiento del idioma y una manera muy particular de usarlo, según destaca Carrizales.
En “Señor de lo desconocido” lo podemos advertir: “Yo te escuché a ti en medio de la vida solitaria / Tu gran sonido estremece las brillantes tejas y los cultivos / Desde una oscura noche, como esa, como esa niebla densa / Yo ando el viaje de vuelta, la ruta de ese destino (…) Mas él finalmente obedece el llamado del destino: / Yo me convierto en el más joven entre el grupo de cadáveres / Pero no puedo ser el rey del grupo de cadáveres”.
5
El último de los poetas estudiados por Wilfredo Carrizales es Luo Yi-He, quien nació en Peking en febrero de 1961. Sus padres fueron castigados durante la malhadada revolución cultural, y fueron enviados al exilio a la China central. Se especializó en literatura china en la Universidad de Peking. Trabajó como periodista en la revista Octubre, donde desarrolló artículos sobre poesía y novelas. Comenzó a publicar sus trabajos creativos en 1983. Participó en muchos eventos poéticos.
Luego de los acontecimientos de la plaza Tian An Men pierde la vida. Se dice que se envenenó. Contaba con sólo 28 años. Un segmento de “Lodo” dice: “Junto con el sol que brilla / Yo regreso para ser lodo / La tierra machaca mis dedos”. El símbolo es más que evidente.
Letralia
Dos disparos



Poe desvela sus terrores en Nueva York

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Una exposición en la Morgan Library de Nueva York ilumina la influencia del escritor
ANDREA AGUILAR Nueva York 18 OCT 2013 – 14:04 CET

Cultura, El Pais


El primer cartel que saluda al visitante en la muestra Edgar Allan Poe: Terror of the Soul (El terror del alma) explica que fue el primer autor estadounidense que trató de subsistir únicamente con su pluma. Luego, las cartas manuscritas expuestas en más de una decena de vitrinas en una sala de la Morgan Library dejan claro la temeridad implícita en esta decisión, la penuria y las constantes negociaciones y peticiones de préstamos a las que se vio forzado este apasionado poeta, valiente crítico e inquietante cuentista.
Hoy, según el comisario de esta exposición, Declan Kiely, solo sus epístolas alcanzan precios que rondan entre los 80.000 dólares y los 240.000 dólares (entre 58.522 y 175.566 euros), –una de las últimas que fue subastada recientemente en Christie’s se vendió por 120.000 dólares (87.783 euros)–. El centenar de piezas presentadas al público en esta sala, hasta el 26 de enero, ofrecen un interesante repaso a la producción de este singular romántico a través de manuscritos, primeras ediciones, artículos y fotografías procedentes de los fondos de la propia Morgan Library, de la colección de literatura inglesa y estadounidense de Henry W y Albert A Berg depositada en la New York Public Library y de la los fondos de Susan Jaffe Tane, la principal coleccionista privada del legado de Poe. El amplio programa de actividades en torno a la exposición incluye charlas con Lou Reed (el cinco de noviembre) o Paul Auster (el 16 de enero), además de la proyección de varias películas como la adaptación del cuento de Poe William Wilson, dirigida por Louis Malle.
Hijo de una pareja de cómicos, huérfano con apenas un año, –de una madre que había sido previamente abandonada por su esposo– Edgar Poe fue acogido por la adinerada familia Allan en su plantación de Virginia. Con ellos viajó a Inglaterra donde pasó seis años de su infancia en distintos colegios e internados antes de volver a EE UU. Un año en la Universidad de Virginia sirvió para que quedara roto el idilio con su primer amor Sara Royster, la musa detrás de Tomerlane, el último de los poemas que Poe reunió en su primera obra publicada, un panfleto del mismo título que vio la luz en 1927 cuando el poeta estaba alistado al ejército y del que se conservan 12 copias, una de las cuales abre el recorrido de la exposición.

Cuentos, de Poe, edición de 1845.
La poesía fue su primer flechazo literario, el género que siempre consideró que permitía crear una conexión casi sobrenatural con el intelecto, y los versos de El Cuervofueron su primer gran éxito, publicados una y otra vez en distintos periódicos y gaceta –a veces rodeados de anuncios de carbonerías y daguerrotipos como se ve en esta muestra– y traducidos por Mallarmé en 1875 en lo que está considerado como el primer libro de artista, con ilustraciones de Manet. “De forma deliberada no hemos querido clarificar los misterios y leyendas que rodean a Poe sino demostrar que era un autor serio cuya ficción aborda cuestiones existenciales y filosóficas”, explica Kiely. “Hemos querido presentar a Poe como un artesano, revelar su proceso creativo y alejarle de la imagen popular de hombre disoluto, de figura trágica, aunque no se puede discutir que no lo fuera y que en determinados momentos llevó una vida disoluta. Queríamos presentar los retos y dificultades a los que hizo frente”.
Poe estableció el modelo de las historias modernas de detectives, dio un giro definitivo al género de la fantasía, excavó en el morbo y los miedos más atávicos que esconde el alma humana, y en sus relatos enterró a vivos y reencarnó el alma de los muertos, sacudió el espíritu romántico: el universo gótico nunca volvió a ser el mismo. “El terror no es Alemania, es el alma”, afirmó. Y curiosamente apenas tachó o corrigió, solo subrayó: sus manuscritos son limpios, nada endemoniados, y si hubo borradores previos, se preocupó de destruirlos. Además empleaba una caligrafía distinta al enviarlos a editores, quizá en un intento de que tuvieran un aspecto similar al que tendrían en una página impresa, sospecha el comisario. En algunos casos como El Cuento de Ragger Mountains pegó los pequeños folios con cera para formar rollos. Era rápido, su escritura fluía.

Carta de Poe a John Augustus Shea en 1845.
Estructurada a partir de las tres áreas a las que Poe dedicó su energía como poeta, cuentista y crítico, la muestra se cierra con un amplio capítulo sobre la influencia que el autor de El escarabajo de oro ha tenido en escritores como Arthur Conan Doyle, Nabokov, Borges o Terry Southern, a través de retratos originales y manuscritos. Poe acabó sus días en Baltimore tras ser encontrado vestido con ropas de otra persona, delirando, en un oscuro y legendario episodio a la altura de sus relatos, y aunque la exposición no se detiene en ello, abre sin embrago el círculo de la reencarnación literaria que su obra ha tenido.
El crítico Alfred Kazin fue el primero en identificar la conexión entre Lolita y Poe, que se casó con su prima carnal de 13 años, y de cuyo poema Annabel Lee, tomó prestado el nombre Nabokov para la niña en quien Humbert Humbert sitúa el origen de su destructiva pasión. Dickens se reunió con Poe en su primer viaje a EE UU; Wilde visitó la cabaña en el Hudson del escritor ya difunto, que ejerció una influencia clara en El retrato de Dorian Gray. Whitman habló del tono demoniaco que subyace bajo cada una de sus páginas. Borges definió su obra como “un proyector de sombras” y, sin embargo, Cortázar, su primer traductor al español y uno de los autores que mejor supo entender a Poe, ha quedado excluido de esta muestra. Quizá las palabras de Bernard Shaw fueron las más certeras para entender la fascinación que provoca su obra: “Poe constante e inevitablemente producía magia allí donde sus contemporáneos solo encontraban belleza”.


Marshall Berman, el filósofo que llevó a Marx al Bronx

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Le hizo célebre su ensayo ‘Todo lo que es sólido se desvanece en el aire’

JESUS ALBORES 11 OCT 2013 – 23:15 CET
Cultura El Pais

Marshall Howard Berman (Bronx, Nueva York, 1940) fue filósofo radical que cobró fama internacional en los años ochenta por su obra principal,Todo lo que es sólido se desvanece en el aire: la experiencia de la modernidad (Siglo XXI, 1991; original en inglés de 1982). Profesor distinguido de Ciencia Política en el City College de Nueva York, Berman supo tomar el pulso a las paradojas de la modernidad y a las corrientes culturales que han moldeado el tejido de la urbe moderna.

Su ensayo de 1982 —que toma su título de una línea del Manifiesto comunista; Berman es el editor de una de las versiones inglesas más difundidas de esta obra— es una obra venturosamente desprovista de la oscuridad y pedantería comunes a tantos textos de la época, neomarxistas o posmodernos. Con brillantez y talento para la narración filosófica, Berman explora en ella las tendencias contrapuestas desencadenadas por la Revolución Industrial y el surgimiento del mundo moderno: un mundo que ha engendrado las fuerzas paradójicas pero inseparables de la modernización —con su letal carga destructiva, desintegradora de vínculos y entornos sociales— y del modernismo, con su poderoso mismo componente renovador y emancipador, tanto ética como estéticamente. De forma trágica, todo lo que se erige y libera vuelve a caer en este ciclo de permanente destrucción y renovación. Berman —un virtuoso de la intertextualidad capaz de enlazar el violento discurso del rap con el drama shakespeariano— sigue el duelo entre las dos caras del Jano moderno a través de materiales como el Fausto —que encarna el recurso al “lado oscuro” de la modernidad— goethiano, la escritura de Baudelaire y Mandelstam o el análisis del paisaje de París, San Petersburgo y Moscú. Berman concluye su clásico con un capítulo sobre Nueva York en el que recurre a los recuerdos de su infancia en el barrio de Tremont, en el Bronx neoyorquino, desventrado por el urbanismo depredador que impulsó el poderoso proyectista Robert Moses.
Berman, hijo de una familia de comerciantes textiles que se arruinó a comienzos de los años cincuenta, cursó estudios de secundaria en el Bronx y obtuvo una beca para la Universidad de Columbia, donde se graduó en 1961. Allí se entusiasmó por las clases del influyente historiador del arte Meyer Schapiro, que aplicaba un entonces novedoso enfoque interdisciplinar, y profundizó en el estudio del marxismo, sobre todo en los manuscritos económicos y filosóficos del joven Marx.
En 1962 cursó estudios de posgrado en Oxford, donde Isaiah Berlin dirigió su tesina sobre la libertad en el pensamiento de Marx. En 1968 se doctoró en Harvard con una tesis que dos años después convertiría en su primer libro: The politics of authenticity: radical individualism and the emergence of modern society (1970), un ensayo en el que explora las paradojas de la modernidad a través de su peculiar prisma humanista y marxista.
Tras concluir su doctorado Berman inició su larga asociación con el City College de Nueva York, en el que durante casi cuatro décadas impartió Ciencia Política y Urbanismo. De aquella época data también su colaboración con la revista Dissent, trinchera del anticonformismo político y cultural en EE UU en cuya fundación había participado activamente Schapiro y de cuyo consejo editorial Berman formó parte durante muchos años. Buena parte de sus contribuciones a esta y otras publicaciones fueron recopiladas en la colección de ensayos Aventuras en el marxismo (Siglo XXI, 2001).
El filósofo, cuya delicada salud le obligaba últimamente a ayudarse de un bastón para pasear su bíblica figura por las calles del Nueva York que tanto amaba, falleció de un ataque al corazón el pasado 11 de septiembre, a los 72 años.
El filósofo Marshall Berman.


Cultura El Pais

Mary Shelley: Vida y misterio de una autora macabra

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Biografía. “La mujer que escribió Frankenstein”, de Esther Cross, es una visión personal y atrapante de una época de profanadores de tumbas, operaciones sin anestesia y ferias de freaks.

POR GISELA ANTONUCCIO
Revista de cultura Ñ. El Clarin
Una mente siniestra. Esther Cross se pregunta en el libro si acaso es posible creer que Mary Shelley concibió su obra a partir de la morbosidad de su mente.

Casi doscientos años atrás, Mary Shelley comprendió que la identidad está en los recuerdos. Y que si un ser existió, éste seguirá haciéndolo a través de la memoria. Lo supo en 1822, a los 25 años, cuando acababa de quedar viuda, y decidió conservar el corazón de su marido, el escritor y poeta romántico Percy B. Shelley.

Hacía cuatro años que había escrito Frankenstein, que contaba entonces la tercera edición, y por la que más tarde iba a ser considerada como la autora de una historia macabra.
Envuelto en la página de una poesía, Mary Shelley trasladó el corazón de su esposo en sus sucesivos viajes y mudanzas a modo de reliquia, durante un cuarto de siglo, hasta su muerte.
La sordidez de ese detalle es sin embargo lo que resume la naturaleza romántica de su ser y escritura, muy lejos de la lobreguez a la que fue sintetizada su vida privada y su vida como escritora.
La imagen del corazón de Shelley en el cementerio de Inglaterra, enterrado junto al cadáver de su esposa, lejos del cuerpo del poeta –cuya tumba está en Roma– es con la que se encuentra el lector de La mujer que escribió Frankenstein (Emecé), el excéntrico e inquietante libro de Esther Cross (Buenos Aires, 1961). Allí, la autora narra algunos de los momentos de la vida de la mujer que escribió la novela sobre un monstruo armado por trozos de cadáveres, en la época de los “resurreccionistas”, robo y venta de cadáveres, profanadores de tumbas, estudios de disección, operaciones sin anestesia y ferias de freaks.
Una vida rodeada de tumbas
El corazón de Percy B. Shelley está enterrado con Mary en la ciudad costera de Bornemouth, en Inglaterra. En esa tumba, además de sobrar un corazón, hay otras partes de su familia. Son reliquias de tres de los cuatro hijos que murieron de pequeños (una, apenas nacida; otra, a los dos años de edad, un varón que nació entre ellas, muerto de fiebre o cólera). De cada uno guardó algo, pelo, un pañuelo.
Cross cuenta que fue ese el disparador del libro, que encontró en una vieja biografía. A partir de ahí, comenzó a buscar más datos, que fueron apareciendo como cajas chinas, por azar.
“Fue como una especie de sinapsis de lecturas”, dice, sobre el modo en que fue encontrándose con cada una de ellas. Como el libro de Hermione Lee, Virginia Woolf’s Nose , y el capítulo “Shelley’s Heart and Pepys’s Lobsters”. Allí se narra la muerte de Shelley en Italia en un naufragio, a raíz de una tormenta repentina. Apareció ahogado en la orilla de la playa, desfigurado por el mar. Allí mismo fue enterrado, pues las leyes sanitarias de Italia impedían que se lo trasladara para un entierro convencional. Más tarde, sus amigos desenterraron el cuerpo y llevaron a cabo un ritual casi tribal, en el que fue cremado. En su funeral estaban Lord Byron, que acompañaba en su vida nómade a los Shelley, y el biógrafo y aventurero Edward Trelawny, quien rescató el corazón de entre las llamas, al ver que aquél se mantenía intacto mientras el resto del cuerpo ardía.Se dice que Mary debió forcejear con el escritor Leigh Hunt, amigo de Shelley, que quería quedarse con el corazón. Byron –cuya amante era Claire Clairmont, hermanastra de Mary, que los acompañaba siempre en su travesía– se puso del lado de la escritora. Una vez que lo consiguió, Mary envolvió el corazón de su esposo en una página con “Adonais”, un poema de Shelley.
La muerte de Percy B. Shelley fue casi conceptual a su vida: murió viajando, tal como vivía. Se había embarcado aun en contra de los deseos de Mary, que quedaba en Italia. La manía de viajar los convertía en mucho más que nómades. “¿Podían dejar de viajar?”, se pregunta Cross. “Eran románticos”, responde. “Constantemente en fuga, viajar era la expresión física de un movimiento de ruptura de límites”, explica. Francia, Suiza, Milán, Venecia, Roma, Nápoles, otra vez Roma. Así como llegaban ya estaban embarcando de nuevo en caravana. Trasladaba muebles, escritos, correspondencia, una cuna. Porque ese es otro dato que caracterizó sus vidas: dejaban atrás una tumba y partían con una cuna. En las cartas y diarios los Shelley aparecen siempre moviéndose; la gente alrededor se moría, sus hijos se morían, pero ellos seguían adelante, reafirmándose vivos.
Cross explica que el monstruo y el doctor Frankenstein de algún modo también son románticos por eso mismo. Están todo el tiempo moviéndose, y se encuentran en Suiza, Alemania, Escocia, el Polo: “ambos siguen, aunque dejen cadáveres en el camino”, escribe la autora.
La zona de escritura
Mary Wollstonecraft Godwin, como se llamaba, era hija de dos escritores y pensadores de avanzada, Mary Wollstonecraft y William Godwin. Se habían casado cuatro meses antes de que Mary naciera, para hacerle la vida más fácil a su hija y evitar que fuera vista como una bastarda. “Nunca voy a casarme”, había escrito su madre, autora de “Una reivindicación de los Derechos de la Mujer”, cuando tenía veintiún años. “El matrimonio: una forma de monopolio, el peor”, escribió su padre, autor de Ensayo sobre los sepulcros.
Su madre murió a los diez días del nacimiento de Mary. Era la época en que la asepsia en los partos era algo impensado. Faltaban cincuenta años, escribe Cross, para que el doctor Semmelweiss descubriera que “los dedos ensuciados llevan las partículas cadavéricas fatales a los órganos genitales de las mujeres encintas”, de modo que nadie se lavaba las manos. El médico introdujo sus dedos y retiró los restos de placenta que la parturienta no había llegado a expulsar. La infección no tardó en generalizarse, y Mary Wollstonecraft murió al cabo de diez días de fiebre, convulsiones y dolores, que trataban de calmarle dándole de beber vino.
Los pasajes de Frankenstein se intercalan en este libro de Esther Cross con momentos de la vida de Mary Shelley, en un extraño recorrido que lo convierten en un volumen difícil de definir: no es una novela, aunque se vale de los recursos literarios de ésta; no es un ensayo –huye de la metodología de cita y referencia de documentos–, aunque se pueden identificar sus hipótesis y argumentaciones; no es una biografía, pese a que los extractos constituyen el trayecto desde su nacimiento a su muerte. “Me interesa el entorno de la vida de un escritor, y con Mary Shelley quise contar qué veía por la ventana. Qué era la figura y qué el fondo. Qué es entorno y qué es vida, cómo se desdibujan”, dice Cross.
Desde su ventana, lo que Mary Shelley veía esencialmente eran tumbas y cadáveres. Su vida estuvo asociada a los cementerios desde la infancia. El tiempo en que vivió fue el de los ladrones de tumbas, que trabajaban clandestinamente para proveer de cuerpos a médicos y anatomistas. Esto, antes de 1832, cuando se sancionó el Acta de Anatomía, que entregaba a la Medicina los cuerpos de indigentes o muertos en asilo que nadie reclamaba.
El cirujano del rey, Sir Astley Cooper, quien describió estructuras anatómicas y algunas enfermedades, lo definió: “La ley no impide que obtengamos el cuerpo de cualquier individuo que consideramos necesario. No hay persona, sea cual sea su situación, cuyo cuerpo no podamos conseguir para diseccionar”. Frases como esas llevaron a que los cementerios se poblaran de deudos que hacían guardia alrededor de las tumbas de sus seres queridos, ante el temor de que ellas fueran profanadas.Como muchos otros en su tiempo, Cooper necesitaba de los ladrones y vendedores de cadáveres, para dar clases y practicar cómo cortar. En tiempos en que la anestesia todavía no se había descubierto, se necesitaba ser rápido, ganar adiestramiento, abrir y cerrar con velocidad; el paciente se podía morir a causa del dolor.
De niña, como la mayoría de los chicos, Mary tenía su lugar de evasión. En su caso era el cementerio de Saint Pancras, donde estaba enterrada su madre. Sobre su tumba aprendió a leer. Su padre solía llevarla junto a su hermanastra Fanny, con quien practicaban lectura sobre las lápidas.
En Saint Pancras, a los dieciséis, Mary se encontró por primera vez a solas con Percy B. Shelley. Ahí se declararon su amor y planearon fugarse. Mary lo había conocido en su casa, a donde Percy, con veintidós años, fue a visitar a su padre, en compañía de su esposa, con quien ya tenía hijos. “El cementerio, con la tumba sagrada, fue el primer sitio donde el amor brilló en tus ojos. Nos encontraremos de nuevo (…). Un día vamos a unirnos”, escribió Mary en su diario diez años después, cuando ya había quedado viuda.
Desde su ventana, Mary podía ver los carros clandestinos que trasladaban cadáveres. Muchas veces estaban envueltos en bolsas o en cajas con falsas leyendas, como “piano”. Iban desnudos, pues trasladarlos con mortaja sí constituía delito de robo. La prenda para la morada última era un elemento material que correspondía a la familia, pero el cuerpo de una persona muerta a nadie pertenecía.
Entre las lecturas predilectas de la época, estaba el Newgate Calendar, con noticias de la cárcel. Allí en 1803 se narra la disección del condenado George Forster a cargo del profesor Giovanni Aldini, especialista en galvanismo. “Rodeó el cuerpo con láminas de zinc, cobre y plata traídas de Italia, hundió unas varas en el cuerpo, en la boca y en las orejas. La mandíbula empezó a temblar. Los músculos que la rodeaban se contrajeron terriblemente. Se abrió el ojo izquierdo”, transcribe Cross en su libro.
La autora sitúa a Mary Shelley, además, en tiempos de la feria de Saint Bartholomew, una “kermesse diabólica” de cuatro días, famosa por sus freaks, donde desfilaban deformes, como una albina, enanos, y la chica de dos cabezas, “viva”. El público pagaba caro por ver esas atracciones. O las del dentista Martin van Butchell, especializado además en fístulas anales, que conservaba embalsamado el cuerpo de su mujer expuesto en una ventana.
En Frankenstein and the 1832 Anatomy Act, Tim Marshall define la época y la importancia de la novela de Mary Shelley. “Frankenstein es la clásica historia de la era de profanación de cuerpos. También, es un relato de ficción sobre la legislación que acabó con ella. Con la Ley de Anatomía, nació la cara monstruosa de la cultura utilitaria de Inglaterra de mediados de la era victoriana”.
En su novela, Mary Shelley da menos explicaciones y se refiere a “terribles actividades” nocturnas del doctor Frankenstein. Así es como lo manda a trabajar a Inglaterra en la temporada de exhumación de cadáveres. El doctor, recuerda Cross, “quiere entender la vida (…). Para hacerlo, debe ponerse, literalmente, en contacto con los muertos. En la novela de Mary Shelley, el médico habla, de hecho, con un muerto que está vivo”. Esther Cross precisa así el foco de la novela de Mary Shelley: “En su novela, los muertos se levantaron. Son los muertos, resumidos en el monstruo, los que observan al doctor y no al revés, como pasaba en la vida”, escribe. Y cuando el doctor Frankenstein muere, ahí están, convertidos en monstruo, para velarlo. Así, el hecho de que la tumba de Mary Shelley sea “muchas tumbas a la vez”, con su propia colección de reliquias, figura y fondo se fusionan y pierden, para redimir a la autora. ¿Es posible creer que Mary Shelley concibió su obra a partir de la morbosidad de su mente? ¿Quién es el sujeto de la morbosidad, el que la consume o el que la narra?
La mujer que escribió Frankenstein es un relato de viaje aciago, con el que Cross, dice, se propuso “desandar el camino de ese cuerpo extraño”. El libro, sin embargo, es bastante más. Obliga a recordar la frase de Tolstoi: “Pinta tu aldea y pintarás el mundo”. Porque si un escritor tiene por misión la de ser cronista de su tiempo, Mary Shelley no escribió otra cosa más que aquella que debía escribir, la crónica de la realidad que la contenía.
Revista de cultura Ñ. El Clarin

Tabucchi, a México, Vargas Llosa, a París. Las mejores citas de los reportajes firmados por novelistas, poetas y dramaturgos

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27 SEP 2013 – 00:00 CET
Cultura El Pais

Las mejores citas de los reportajes firmados por novelistas, poetas y dramaturgos

Bolaño no quiso responder a si Teruel existe o no existe, pero en su artículo para El Viajero de 2001 se nota que le encantó la ciudad. Carmen Martín Gaite añoraba las miradas adolescentes de los chicos y las chicas en la plaza mayor de su Salamanca natal, y Almudena Grandes vio, hace ya 15 años, una compañía de baile bien adiestrada en los estorninos de Milán. Lugares recordados por escritoras y escritores, como el museo parisino que hizo soñar con novelas de caballerías a un joven Mario Vargas Llosa, o las Voltolinas, madre e hija, que alojaron a Francisco Nieva en supalazzoveneciano.
01 Almudena Grandes

» Nápoles, la ciudad que enseña a bailar a los pájaros

“Al llegar a la Piazza Municipio contemplé, a lo lejos, la negruzca mole del castillo de los Anjou, y sobre sus almenas, una asombrosa crestería móvil, docenas de estorninos moviéndose a la vez como si careciesen de vida propia, como si fueran pequeñas piezas de un gran cuerpo tembloroso y ágil, como una compañía de bailarines bien adiestrados ejecutando la dificilísima tarea de interpretar el silencio de una tarde de noviembre”.
02 Francisco Ayala

» Granada, pasión de agua

“Hablaré más bien del sentimiento nostálgico que en mí despierta la sonoridad de aquellos lentísimos atardeceres, cuando, al pie de la Torre de la Vela, aquel muchacho que era yo entonces solía escuchar el variado concierto de los rumores urbanos, fundido como en la caja de la melancólica guitarra, ascendiendo hasta la cumbre de la colina”.

El patio de los Arrayanes, en la Alhambra (Granada). / DOMINGO LEIVA
03 Soledad Puértolas

» Pamplona, un verano

“Recorro luego la calle de San Nicolás, con el recuerdo de la misa diaria de mi abuela, que nos llevaba cogidas de la mano, y aquel olor a tumba, no a incienso ni a cera, sino a tumba, que se respiraba en la iglesia. Y, desde luego, busco los bares, tan importantes en la vida ciudadana de Pamplona. El hermano pequeño de mi madre, aún soltero, era cliente habitual de muchos bares, y yo me asomaba a ellos en la infancia con la certeza de que eran prometedores territorios, aún prohibidos”.
04 Carmen Martín Gaite

» Salamanca, la novia eterna

“Yo nunca he podido ver la plaza Mayor como monumento. La veo como un espacio muy grato y nada solemne, donde se percibe el pulso de lo cotidiano, donde se entra y se sale varias veces al día a buscar algo, como al cuarto de estar. En mi juventud fue, sobre todo, un lugar de paseo, escenario donde se cruzaron esas miradas que preceden al conocimiento de alguien que a su vez nos ha mirado a hurtadillas. Los muchachos, por aquel entonces, daban vueltas a la plaza en el sentido contrario a las manecillas del reloj; las chicas, a favor de la marcha del reloj. Y era siempre un punto exacto en el que se producía el cruce de miradas”.
05 Francisco Nieva

» Cosas que solo suceden en Venecia

“A quien va a Venecia “le pasa algo”, aunque solo sea conocer Venecia. Pero algunos hemos tenido allí aventuras apasionantes. Por ejemplo, mi primer alojamiento en esa ciudad fue en un palazzo de Canal Gr ande que colindaba con Ca Rezzonico, frente al Palazzo Grassi. Era la casa de una tal contessa Voltolina, que vivía con una hija solterona y me alquilaba el piano nobile del bello edificio. No pienso relatar mi historia con las Voltolinas, hija y madre, pero sí puedo decir que tuvo un sabor veneciano inolvidable, porque todo lo impregna Venecia de novelismo”.

Vista de Alfama y el castillo de San Jorge desde la terraza de un restaurante en el Barrio Alto de Lisboa. /S. RACCANELLO
06 Enrique Vila-Matas

» Inmersión en la alegría de Lisboa

“Lisboa hay que verla en el tiempo exacto de un sollozo. Verla toda entera con la primera luz del amanecer, por ejemplo. O verla bien completa con el último reflejo del sol sobre la Rua da Prata. Y después, llorar. Porque uno, aunque sea la primera vez que la ve, tiene la impresión de haber vivido antes allí todo tipo de amores truncados, desenlaces violentos, ilusiones perdidas y suicidios ejemplares. Caminas por primera vez por las calles de Lisboa y, como le ocurriera al poeta Valente, sientes en cada esquina la memoria difusa de haberla ya doblado. ¿Cuándo? No sabemos. Pero ya habíamos estado aquí antes de haber venido nunca”.

07 Antonio Tabucchi

» Los solitarios en Yucatán

“La hora de la sobremesa está hecha para la siesta, porque México es un país de siesta. Dejan al borde de la piscina sus enormes sombreros de paja, acaso fabricados en Taiwán, en los que han escrito sus nombres con rotulador, Ulrike, Klaus, Alice, Renate, y se retiran a sus habitaciones, donde unos ventiladores de tipo colonial y una alfombra de colores colgada de la pared les confirma que se hallan realmente en México”.

Una guitarra y un sombrero de mariachi. / T. BALAGUER
08 Clara Sánchez

» San Francisco, símbolos de una ciudad libre

“El reclamo era el oro, un oro del que solo habían oído hablar, un oro lejano y sin dueño y cuyo vestigio pervive pegado a algunos nombres como Golden Gate Bridge o Golden Gate Park. Los futuros mineros llegaban por miles de todo el mundo, se instalaban en tiendas o en barracones y empezaban a buscar y a vivir a la desesperada o sin control, hasta que los filones auríferos se agotaron y muchos se marcharon.
Pero quedó San Francisco, sus casas y calles ascendiendo y descendiendo por colinas, formando una cuadrícula en forma de montaña rusa, y su bahía abierta a lo desconocido. Así que no es de extrañar que allí naciera uno de los más grandes escritores aventureros, Jack London, con su cazadora de correr mundo y su pelo revuelto por el aire del mar”.
09 Javier Cercas

» La hora de Extremadura

“Háganme caso y vayan a Mérida. Vayan a Plasencia. Vayan a Yuste. No se pierdan Cáceres (si tienen algo de dinero, cómanse en El Figón unas ancas de rana y unos huevos fritos con chorizo y migas). Por supuesto, vayan a Guadalupe. Vayan también a Trujillo. A mi pueblo, Ibahernando, no hace falta que vayan (pero, si van, no hace falta que lleven dinero: lo tienen todo pagado). Vayan a Zafra. Piérdanse en la sierra de Gata. También en La Vera y en el valle del Jerte. Vayan incluso a Badajoz, que tiene fama de ciudad fea y no lo es, o por lo menos tiene su gracia. Vayan a Valencia de Alcántara. Vayan. Vayan y verán. A menos que mi autoestima se haya hipertrofiado enfermizamente, no se arrepentirán. Para qué mentir: comprobarán que la vida está en Extremadura. Quien lo probó lo sabe”.
10 Julia Piera

» Una flor para Emily Dickinson

“Amherst es uno de los pocos lugares del mundo que ha elegido un cementerio para conmemorar la historia de su comunidad. En enero de 1730, los miembros de la antigua plantación británica colonial de Hadley votaron para ofrecer a sus colonos «libertad para establecer un lugar para enterramientos». El enclave elegido, que pronto se convertiría en el Cementerio Oeste, conserva casi intacto su paisaje originario; es un campo verde de pequeñas estelas de piedra casi simétricas en el que encontramos a los primeros colonos enterrados junto a granjeros, siervos, soldados, empresarias, profesores y poetas. Muchos de ellos aparecen retratados a colores vivos en el emocionante mural que circunda el cementerio. Como una más de la comunidad, Emily Dickinson ocupa un nicho en esa tierra y un fragmento de ese mural. Es una figura que surge en una enorme flor blanca, rodeada de otras flores blancas, de su hermana Lavinia y de su gato, y que reproduce, enaltecida, la única imagen-daguerrotipo que se conserva de la poeta”.
11 Luisa Castro

» La ciudad soñada (28-01-2006)

“Hay otro lugar en Santiago de Compostela que no se parece a ningún otro en el mundo: el mercado. Aquí vienen todavía los paisanos de los alrededores con sus cestas y sus frutos. Una lamprea negra como la muerte se pavonea dentro de su caldero, una procesión de quesos de una blancura indescriptible se te ofrece. Lo blanco, lo negro, y los mil colores de las manzanas del país, rojo carne, azul marisco, y las flores del campo en la primavera. ¿Quién dijo que Santiago era gris?”.
12 Mario Vargas Llosa

» Entre unicornios y quimeras en París

“La Place Paul Painleve es una placita diminuta a las puertas del Museo Cluny, en el barrio latino. No se caracteriza, como otras plazas o parques de París, por grandes hechos históricos o culturales. Pero tiene para mí el encanto personal que le da haber sido el primer rincón donde viví en París.
Esta placita era lo primero que veía en las mañanas al salir del pequeño hotelito donde me alojaba, y muchas veces me sentaba allí a tomar notas, a leer, o, simplemente, a ver pasar a la gente. El Museo Cluny de arte medieval, en mi juventud de lector voraz de novelas de caballerías, era un verdadero paraíso, porque en sus salas pude ver por primera vez las armaduras, las espadas y picas y mandobles, las cotas de malla y hasta los cinturones de castidad, de lo que hablaban esos textos medievales”.

Entrada del Museo Cluny de arte medieval, en París. / GILLES RIGOULET
13 Rosa Montero

» Alaska, un país a medio hacer

“Como dicen todas las guías, para desconcierto de los turistas, el tiempo es muy cambiante. Eso significa que llueve durante horas, luego sopla el viento, chaparronea, truena, hay niebla, diluvia, después vuelve a llover, sale el sol una mañana, cae una tormenta, hay un vendaval, llueve, vuelve a diluviar, graniza, gotea. O sea, es cambiante dentro de lo horrible. En invierno se pasan ocho o nueve meses cubiertos de nieve con el termómetro a 40 grados bajo cero (en algunas zonas a 70 grados bajo cero). En agosto la temperatura máxima oscila entrelos 8 y los 12 grados, mojados, ventosos y desapacibles. Sin embargo, los alaskanos (o alaskitas, o tal vez alaskienses) visten pantalones blancos y camisas de manga corta y ponen el aire acondicionado en los locales publicos (¿como se les ocurrió ni siquiera instalarlo?)”.
14 Ignacio Vidal-Folch

» Moscú, literatura de alto voltaje

“Cada casa museo de un escritor tiene el interés doble de su valor histórico como testimonio de una arquitectura y de una vida doméstica determinadas y el atractivo como centros de fetichismo literario. En el gabinete de Tolstói destaca el escritorio con balaustrada que aparece en el famoso retrato de Nikolái Gue (que puede verse en la Tretiakov), y la silla en la que se sentaba para escribir, con las patas recortadas: estaba muy mal de la vista, y al escribir tenía los ojos casi pegados al papel. Entre otros efectos personales está la bicicleta que estrenó a los 67 años, las mancuernas de su ejercicio diario y, bajo el piano del salón donde su hija celebraba bailes y él leía sus manuscritos, la piel del oso, recuerdo de la cacería de 1858 que casi le cuesta la vida”.
15 Roberto Bolaño

» En busca del Torico de Teruel

El Torico de Teruel (1858), escultura de bronce de 45 centímetros. / ALBERTO PAREDES
Entramos en la plaza del Torico. Y allí, sobre una columna capaz de sostener a un héroe griego o al caballo de Franco, estaba el Torico. Eso era Teruel, lo supe en el acto, y eso era también el espíritu descreído e indómito de Aragón. El Torico, como su nombre indica, es pequeñísimo, un juguete para un niño de ocho años; pero no es un juguete, es un toro enano. Su apostura es tranquila y no carece de soberbia e indiferencia. Es una de las estatuas más hermosas que he visto en mi vida, si no la más hermosa de todas. Al regresar volví a marearme y luego me quedé dormido. Soñé que el Torico caminaba a mi lado. “¿Te ha gustado Teruel?”, me preguntó, aunque solo por educación, porque en realidad al Torico le importaba un pimiento que a mí me hubiera gustado o no su ciudad. “Mucho”, le dije. “¿Y tú crees que existe o no existe?”, me preguntó. Cuando ya iba a responderle, afirmativamente, el Torico se dio la vuelta y oí que me decía: “No, mejor no lo digas”.
Cultura El Pais


Carolyn Cassady, musa de la generación ‘beat’

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Inspiró personajes de varios libros de Kerouac, como el mítico ‘On the road’

La pintora, diseñadora teatral y escritora Carolyn Cassady murió el pasado 20 de septiembre a los 90 años en Bracknell (Reino Unido). Gracias a su matrimonio con Neal Cassady, se convirtió en la musa de la generación beat, el movimiento cultural de mediados de los cincuenta que aglutinó a algunos de los mejores escritores de Estados Unidos.
Su nombre de soltera era Carolyn Elizabeth Robinson y había nacido en 1923 en Lansing (Michigan), pasando sus primeros años en Nashville. Descendiente de una familia inglesa, su madre era maestra y su padre bioquímico; era la menor de cinco hermanos. Empezó a estudiar arte a los nueve años e hizo su primer retrato a los 14. Toda su vida se interesó por la pintura.
Carolyn reflejó en sus escritos su cercanía por el American Ballet Theatre, donde tenía amigos, y su fascinación por el mundo de la danza, lo que la hizo tomar clases con Martha Graham en su aula de mujeres de Bennington. También estudió el método teatral de Stanislavski, licenciándose en 1944. Después la encontramos en 1946 ejerciendo como profesora de Bellas Artes y de Artes Escénicas en la Universidad de Denver (Colorado), periodo en el que activamente diseña decorados teatrales y experimenta con el dibujo y la pintura gestual y consigue su doctorado.
Allí mismo conoce a Neal Cassady, como asegura el estudioso Jean-François Duval, en 1947, relatando que Neal “se siente inmediatamente atraído por esa mujer instruida, de una clase social unos cuantos escalones por encima de la suya”. Ese flechazo precipita que Neal anule su matrimonio con LuAnne Henderson e inmediatamente después, en 1948, se case con Carolyn. Tuvieron tres hijos. En 1976 Carolyn publica un primer fragmento de sus memorias.
“Hay que distinguir entre
vida y literatura”, declaró
sobre aquellos años
Es a través de esa unión con Neal que Carolyn conoce en continuación a todos los legendarios protagonistas de la generación beat e intima con ellos, empezando por Allen Ginsberg y Jack Kerouac en 1947. Posteriormente conoce a William Burroughs, y al mismo tiempo, se convierte en amante de Kerouac. A principios de los años cincuenta, Carolyn se implicó de nuevo en el diseño de trajes de danza con la compañía de Los Gatos Accademy of Dance.
La relación entre Kerouac y Carolyn no se interrumpió nunca, y es Duval precisamente quien recoge que se llamaron con mucha frecuencia hasta la muerte del escritor en 1969.
Ella se convirtió en la musa indiscutida de Kerouac, apareciendo como Camilla en On the road y como Evelyn en los libros Big Sur y Visiones de Cody (donde Carolyn es una de las tres voces que dan vida a la narración experimental). Una de las grandes leyendas es el famoso y mil veces contado ménage à trois de Carolyn con Neal y Jack. El episodio lo relató la propia Carolyn primero en 1976 y luego con muchos más detalles en 1990 en Off the road. También relató cómo una mañana entró sutilmente y en silencio en el apartamento de Neal para darle una sorpresa, pero se la llevó ella al encontrarlo en la cama junto a LuAnne y Ginsberg, todos desnudos y dormidos. Carolyn prologó las ediciones de los epistolarios de Neal Cassady y Allen Ginsberg (1977) y las cartas selectas de Neal en 2005.
En 1984 Carolyn dejó Estados Unidos y se mudó a Reino Unido, primero se establece en Londres y luego en ese pequeño pueblo del condado de Berkshire, y es allí donde Duval la encuentra para entrevistarla para su libro Kerouac y la generación ‘beat’, generando uno de los capítulos cruciales de su larga y rigurosa investigación. El texto de entrevista de Duval es quizá el más enternecedor de todo su libro, donde desacralizó muchas leyendas, como el periodo de escritura de On the road o la sexualidad de Kerouac y Neal Cassady: “Hay que distinguir entre vida y literatura”, declaró Carolyn.
Cultura El Pais


En la crudeza de la tierra caliente. Mutis el gaviero.

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Mutis, el Gaviero, nos enseñó el desamparo que viene desde muy adentro pero que se corrobora con un desastre que nunca llega


EL PAIS CULTURAL
DARIO JARAMILLO 24 SEP 2013 – 00:05 CET

El trópico no es solo exuberancia. También es humedad, lento deshacerse, podredumbre. Detrás de aquél verdor de postal, muy lentamente, los árboles se entregan a una muerte parsimoniosa e inexorable que les vendrá con los años pero que desde siempre está allí, fatal, invisible, disfrazada de un esplendor que disimula la decadencia y un horror que se impone como ley sin necesidad de manifestarse explícitamente a los sentidos.
Allí, entre la lluvia, también el destino de los hombre se debate entre un pasado que regresa («entre el vocerío vegetal de las aguas me llega la intacta materia de otros días salvada del ajeno trabajo de los años»), un presente donde la humedad ha invadido todo con el óxido de la destrucción y un futuro que nunca es, que nunca llega, que pesa más por su lentitud que por su inminencia. Esto sucede afuera, sí, «pero al cabo es en nosotros donde sucede el encuentro y de nada sirve prepararlo ni esperarlo. La muerte bienvenida nos exime de toda vana sorpresa».
Mutis, el Gaviero, nos enseñó la desamparo que viene desde muy adentro pero que se corrobora con un desastre que nunca llega y que se escenifica en los ríos «que gimen con su nocturna carga de lodos vegetales», en «la lluvia sobre los cafetales», allí, con «un gótico recogimiento bajo la estructura de vigas metálicas invadidas por el óxido».
Una pasión rabiosa pero, a la vez, estoica. Un tono de delirio que elude la grandilocuencia enunciando apenas el hostil retrato de una miseria que parte de las raíces de la selva húmeda: «sólo entiendo algunas voces. La del ahorcado de Cocora, la del anciano minero que murió de hambre en la playa, cubierto inexplicablemente por brillantes hojas de plátano; la de los huesos de mujer hallados en la quebrada ‘La Osa’; la del fantasma que vive en el horno del trapiche», dice Mutis en un poema escrito antes de sus veinticinco años.
Se necesitaba un tono nuevo para mencionar así la crudeza de la tierra caliente, su fatal descomposición. Una voz que el joven Mutis inventa y entona a partir de los poemas de Saint John Perse y los de Neruda, pero que se ajusta a sus temas y a su propia manera de sentir y que se torna personalísima desde su primer libro, La balanza.
Sin embargo, no se queda allí, en ese paisaje húmedo. La voz del poeta retrocede hasta la muerte de Felipe II, recrea los viajes de El Gaviero, y se detiene en la elegía a Marcel Proust: «algo de seca flor, de tenue ceniza volcánica, de lavado vendaje de mendigo, extiende por tu cuerpo como un leve sudario de otro mundo o un borroso sello que perdura». Entonces, lo que Mutis dijo de Proust, hoy, particularmente hoy, se torna en un lamento por él mismo: «el silencio se hace en tus dominios, mientras te precipitas vertiginosamente hacia el nostálgico limbo donde habitan, a la orilla del tiempo, tus criaturas».